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«Tesoros de la Fe» Nº 123 > Tema “Dios”

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Negar la existencia de Dios es inexcusable

PREGUNTA

Deseo saber por qué los católicos critican tanto el satanismo, el ateísmo y el agnosticismo. Soy agnóstico y quisiera que me expliquen esta cuestión. Por favor, respóndame.


RESPUESTA

El lector reúne en la misma pregunta que versa sobre el ateísmo y el agnosticismo, la crítica de los católicos al satanismo. A primera vista se diría que la junción es arbitraria, una vez que se trata de temas aparentemente distintos: la existencia de Dios y el culto al demonio. Lo curioso es que el lector, que se declara agnóstico, y por lo tanto duda de la existencia de Dios (que no niega ni afirma), se pregunte cuál es la razón de las críticas de los católicos al demonio, cuya existencia consecuentemente admite. Pues si no existiese, no habría razón para que se preocupe con los ataques al satanismo.

Pues, si —para él— no es seguro que exista Dios (un ser espiritual que no vemos), no se entiende por qué tenga por seguro que exista el demonio (otro ser espiritual cuya existencia también no podemos certificar con nuestros ojos). Lo que está dicho aquí del sentido de la vista vale, evidentemente, para los otros cuatro sentidos corpóreos: tacto, gusto, olfato y audición; como son corpóreos, por sí mismos nada captan de lo que es puramente espiritual.

Pero este análisis es, en verdad, superficial, puesto que los cinco sentidos, si no detectan directamente nada de lo que es espiritual, sin embargo perciben de diversos modos los reflejos de lo que es espiritual en la naturaleza material. En efecto, el rostro humano puede denotar particularmente alegría, tristeza, contrariedad, etc., manifestaciones del espíritu que el observador percibe a través de los datos que los sentidos le transmiten.

¡La nebulosa de Andrómeda queda fuera de nuestra galaxia y constituye, por sí misma, otra galaxia!


El mismo raciocinio funciona como uno de los medios para que el hombre adquiera la certeza de la existencia de Dios: viendo las maravillas de sus obras, nos formamos una idea de quién es Dios, y, por lo tanto, nos convencemos de su existencia. Esto es tan evidente que San Pablo no duda en afirmar, en la epístola a los Romanos, que los paganos (y esto vale también para los ateos y agnósticos) sunt inexcusabiles: “Lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son perceptibles para la inteligencia a partir de la creación del mundo a través de sus obras; de modo que [ateos y agnósticos] son inexcusables” (Rom. 1, 20).

Los descubrimientos astronómicos del siglo XX

Esto ya era evidente para el hombre primitivo y para todas las generaciones de épocas anteriores a la nuestra. Pero quedó aún más patente con los descubrimientos astronómicos del siglo XX. Hasta entonces, los hombres —científicos inclusive— pensaban que el Universo era sólo lo que vemos en los cielos, a simple vista o con el auxilio de los telescopios hasta entonces disponibles: un universo cerrado sobre sí mismo, estable e inmutable a lo largo de los siglos y de los milenios. Pero había problemas. Uno de ellos era el de las nebulosas, que parecían nubes de polvo luminoso. ¿Cuál era su verdadera naturaleza? ¿Estaban dentro o fuera de nuestra galaxia? Algunos astrónomos comenzaron a sospechar de que ellas estaban fuera. Se tenía la impresión de que nuestra galaxia era la única. ¿Qué significaría estar “fuera” de la galaxia?

El astrónomo inglés Edwin Hubble, residente en los Estados Unidos, comenzó a estudiar el problema a comienzos del siglo XX y percibió que, con los telescopios hasta entonces existentes, cuyo lente principal era de 152 centímetros, eran incapaces de resolver la cuestión. Fue sólo cuando se construyó el telescopio del Monte Wilson, en California, con 250 centímetros de diámetro (2,5 metros), que él pudo medir la distancia de la nebulosa más próxima a la Tierra, ubicada en la constelación de Andrómeda. Su primera medición, aún un tanto imprecisa, determinaba que esa nebulosa queda a cerca de dos millones de años luz de la Tierra (en mediciones posteriores los astrónomos verificaron que, de hecho, ella se sitúa a 2,5 millones de años luz). Ahora bien, nuestra galaxia debe tener de 80 a 100 mil años luz de diámetro. Por lo tanto, ¡la nebulosa de Andrómeda queda fuera de nuestra galaxia y constituye, por sí misma, otra galaxia!

Hubble se puso entonces a la caza de nuevas galaxias e intentó calcular su velocidad de desplazamiento en el espacio. ¡Hoy se sabe que hay unas mil millones de galaxias y que su velocidad varía de 300 a 1.800 kilómetros por segundo! Se verificó también que ellas se distribuyen en grupos de galaxias, y que estos se apartan unos de los otros a esas velocidades fantásticas. De ahí nació la teoría de la explosión primera, o explosión primordial (como la denominan los científicos franceses), no obstante llamada por los norteamericanos teoría del Big-Bang (nombre que prevalece hoy en día). Tal teoría explicaría la mayoría de los fenómenos conocidos, pero no todos. De ahí que los astrofísicos estén en busca de nuevas teorías más perfeccionadas. Pero de todo esto, ¡la humanidad sólo tomó conocimiento a partir de la segunda década del siglo pasado! Nuestra concepción del universo cambió entonces radicalmente. El universo es abierto, está en expansión, ¡aunque nos dé la impresión de que todo está detenido!

¿Qué podemos deducir de ahí? La respuesta es obvia: el ser que hizo aquello tiene un poder infinito. ¡Dios es infinito! E hizo el universo así, tan inmensamente grande, para que el hombre se formara una idea de su poder infinito. Quien niega la existencia de Dios, como decía San Pablo, ¡es inexcusable!

Los ateos y agnósticos tienen el corazón de piedra

El astrónomo Edwin Hubble, observa a través del telescopio Schmidt, en el Monte Palomar (California)


Ante ello, el hombre queda empequeñecido. Pero Dios no hizo esto para menospreciarlo, y sí para mostrarse al hombre como Él es, infinito en poder, sabiduría y bondad, como explicitó San Pablo. Y además invita al hombre a cohabitar con Él para toda la eternidad. Los ateos y agnósticos se cierran a esta invitación. Además de inexcusables, tienen el corazón de piedra. Con razón, pues, son fustigados por los católicos como locos, por rehusar el llamado de Dios a una vida eternamente feliz en el cielo.

Dios, no obstante, no quiere que ellos se pierdan y sean sumergidos en el fuego del infierno, sino que abran sus corazones para esa Bondad infinita.

Si ellos se cierran a esta invitación, entonces sí optarán por la separación eterna de Dios y por una vida eternamente infeliz.

En este punto cabe un comentario: los agnósticos dicen que no saben si Dios existe; pero optan por vivir como si él no existiese. Es una decisión demencial, porque si, entre dos tratamientos de salud inciertos, uno puede terminar en la curación, y el otro sólo puede terminar en la muerte, ¡es una verdadera locura optar por el camino que conduce a la muerte segura!

Los agnósticos harían mejor, por lo tanto, en optar por vivir como si Dios existiese…    






  




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