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El valor de la amistad A continuación transcribimos algunos pensamientos escogidos del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, recolectados por Leo Daniele en su obra «En busca de almas con alma», publicada en 1998.
No podemos imaginar al género humano sin amistades; sería concebir un género inhumano. El hombre está hecho de tal manera que, cuando está alegre y comunica su alegría, multiplica esa alegría; cuando está triste y comunica su tristeza, divide esa tristeza. El verdadero sentido de la amistad es el encuentro de las almas en el fondo más espiritual y religioso de sí mismas; las cosas repercuten sobre ellas del mismo modo, y se da entre ellas algo que es como una unión, una como que fusión.
Se realiza aquella expresión de la Escritura: un amigo que ama a otro como su propia alma (cf. 1 Re. 18, 1; 20, 17). El papel de la amistad es ése. ¡La idea caballeresca de la amistad de otrora murió! De la lealtad, por ejemplo, no se puede hablar más, de tal manera es pretérita. Está muerta. Sin embargo, es una condición sin la cual el trato humano dejaría mucho que desear. En cada pueblo hay un cierto modo de hacer amistad, que inspira y condiciona hasta el fondo las instituciones y la vida de la nación: sus modos de actuar, sus hábitos, etc. No se conoce a fondo la historia de una nación sin conocer cómo en ella se asientan las amistades y enemistades. La verdadera amistad resulta de afinidades profundas y de la necesidad de establecer una convivencia que no es la de cualquier hombre con otro cualquiera, sino la de este hombre con alguien, en virtud de las peculiaridades que ambos poseen y que hacen que se comprendan y se estimen más definidamente. Como los pares de Carlomagno El prototipo de amistad de alto quilate, que honra al hombre, es la amistad que unía a Carlomagno con sus pares. Todos ellos estaban hechos para una misma misión, y se complementaban los unos a los otros. Cada uno sentía que la presencia del otro en la ejecución de la propia obra era indispensable.
La colaboración, así comprendida, genera una estima y una semejanza bienhechora. De tal forma que cuando “A” ve que “B” hizo cierta cosa, es como si él mismo la hubiese hecho. No es, por lo tanto, una mera cooperación, sino un “sentir común”, que deriva en la amistad. Los amigos de Nuestro Señor Por ejemplo, Jesucristo tenía con Lázaro, María y Marta una amistad fruto de una convivencia enorme. ¿Por qué? Porque Él se deleitaba en la compañía de los tres. El instinto de sociabilidad pide en su excelencia estar relacionado de manera estrecha con algunas personas. Por naturaleza, las amistades así son pocas. Pero por ello mismo deben ser muy ávidamente cultivadas, tratadas con esmero, porque tienen gran valor.
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