Tema del mes Fátima y el comunismo: dos profecías irreconciliables

El mismo año en que Lenin prometía en Rusia la victoria universal del comunismo, la Santísima Virgen aseguraba en Fátima el triunfo de su Inmaculado Corazón. Un enfrentamiento profético que augura un próximo y colosal desenlace.

Luis Dufaur

El 13 de julio de 1917, en una simpática y olvidada aldea de Portugal, la Santísima Virgen reveló a tres niños pastores un secreto repleto de anuncios. Se trataba de una profecía que juzgaba toda una época histórica, preveía su futuro y anunciaba un desenlace trágico pero triunfal. Entre los acontecimientos previstos, uno les resultó difícil de entender a los pastorcitos: “Si atienden mis pedidos, Rusia se convertirá y tendrán paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia; los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas; por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz”.

Francisco y Jacinta, ahora canonizados, y la propia Lucía —la única que hablaba con la Virgen María— no comprendieron quién era la tal “Rusia”. Mons. Liberio Andreatta, administrador delegado de la Obra Romana de las Peregrinaciones, que conversó con la hermana Lucía en tres o cuatro ocasiones, escuchó de la vidente esta explicación: “Pensábamos que era una mujer de mala vida y rezábamos por ella. No sabíamos que existía una nación con ese nombre”.

Dos profecías simultáneas y antagónicas

Mientras que la Santísima Virgen se aparecía en el extremo más occidental de Europa, no lejos del Atlántico, en la otra punta del mismo continente, en los confines de Asia, los antros infernales empujaban a Rusia hacia una revolución que impactaría al mundo. El 2 de marzo de 1917, el zar Nicolás II fue obligado a abdicar por los revolucionarios mencheviques. Un gobierno provisional liberal-socialista encabezado por Alexander Kerensky había confinado al zar y a su familia, inicialmente en el palacio de Tsárskoye Seló, y luego en Tobolsk, en los montes Urales. Finalmente fueron trasladados, junto con sus sirvientes, a la Casa Ipátiev en Ekaterimburgo, donde fueron masacrados la noche del 16 al 17 de julio de 1918.

Mientras que la Virgen María advertía en Fátima del flagelo de los “errores de Rusia”, Vladimir Lenin —el genio tenebroso de la revolución más sangrienta de la historia— exhortaba en Moscú a poner en práctica dichos errores, prometiendo que “tomando el poder simultáneamente en Moscú y San Petersburgo, triunfaremos indefectiblemente”. Su proclamación movilizó a un puñado de activistas ideológicos aterrorizados por la inmensidad de los crímenes que se perpetrarían. El núcleo revolucionario inicial se vio reforzado por enjambres de soldados abocados al saqueo y la anarquía tras la derrota de la Primera Guerra Mundial, así como por brigadas de delincuentes y “guardias rojos” del líder anarquista León Trotsky. Superando las posibilidades humanas, el 7 de noviembre de 1917 (según el calendario gregoriano) la revolución profetizada se convirtió en una realidad infernal: Lenin depuso al gobierno provisional de Alexander Kerensky y la primera revolución comunista marxista del siglo XX entregó el poder a los bolcheviques.

Los tres pastorcitos (de izquierda a derecha): Lucía dos Santos y sus primos san Francisco y santa Jacinta Marto, a quienes la Virgen reveló el papel clave de Rusia en la expansión del comunismo

Desde entonces, Rusia ha difundido por el mundo entero un profetismo que emana de los abismos del mal, aglutinando y comandando a todos los revoltosos de la tierra. “Nada más acceder al poder —escriben los autores del Libro Negro del Comunismo—, Lenin soñó con extender el ardor revolucionario primero a Europa y luego a todo el mundo. Este sueño respondía al famoso lema del Manifiesto del Partido Comunista de Marx, de 1848: ‘Proletarios del mundo, uníos’”. El objetivo eran todas las desigualdades sociales, económicas, políticas, morales y religiosas. En adelante, nadie debería someterse a cualquier principio moral o religioso, sino, por el contrario, rebelarse contra toda superioridad, mando o influencia, condenados como formas retrógradas de “alienación” que deben ser extinguidas. En términos humanos, el comunismo se hizo eco del “no serviré” de Satanás en su rebelión contra Dios, cuya memoria de ser posible debería ser borrada de la faz de la tierra junto con la extinción de la Santa Iglesia Católica.

Para enfrenar a este gigante de la iniquidad que causaría, según estimaciones conservadoras, más de 100 millones de muertos en el siglo XX, la Virgen eligió a tres humildes pastorcitos portugueses. Por medio de ellos la Madre de Dios transmitió su mensaje profético invocando a las almas sinceras a la enmienda de vida y a una resistencia moral para evitar la tragedia que se abatía sobre el mundo y la Iglesia.

Fue así como en 1917 comenzó un conflicto de alcance cada vez más universal, que podríamos llamar de “guerra de profetas”. Pues ambos lados se oponen en virtud de una profecía que colisiona con la otra. Por un lado, la profecía de Fátima, que concluye con el triunfo del Inmaculado Corazón de María, y por otro una profecía infernal formulada por Lenin, que inauguró las persecuciones para extinguir la Iglesia e instaurar un anti-orden radicalmente gnóstico e igualitario. ¡Él también prometió el triunfo! Y el secreto de esta sombría profecía constituye la esencia de los “errores de Rusia”, como la Madre de Dios lo calificó en la Cova da Iría.

¿En qué consisten los “errores de Rusia”?

Pero, ¿qué significan los “errores de Rusia”? Faltaron predicadores, sacerdotes, teólogos, obispos o autoridades de mayor rango y conocimiento que pudieran explicar al pueblo el contenido de esta “contra-profecía”. Si ese misterio hubiera sido desvelado y condenado por la Iglesia, se podría haber evitado el hundimiento irreversible del mundo en el caos. El hecho es que los que lo sabían enseñaron poco o nada. Y mientras que la humanidad pasó décadas entregada a los placeres de la vida cotidiana, decayendo moralmente, hundiéndose en un optimismo y despreocupación cada vez mayores, el monstruo rodeaba su casa y entraba por la puerta trasera. Los “errores de Rusia” se han generalizado y han proliferado incluso en la Iglesia, y hoy intentan el asalto final con las más inauditas blasfemias, herejías y profanaciones. La mayoría de los hombres escuchan sus aullidos con asombro, algunos intentan reaccionar, pero no comprenden la naturaleza del mal que les asalta. Es indispensable entenderlo para saber lo que ocurre y actuar en consecuencia.

Para no extendernos más allá de lo conveniente, nos limitaremos a citar algunos fragmentos de la petición firmada por 213 Padres Conciliares de 54 países, en la que se exhortaba al II Concilio Ecuménico del Vaticano a condenar el comunismo. Se trata de una singular excepción al silencio destructivo que hemos señalado y que sintetiza los “errores de Rusia” al afirmar:

“Circulan entre católicos numerosos errores y estados de espíritu que tienen su origen en la Revolución Francesa y son difundidos por la propaganda bolchevique; ellos tornan propensos los espíritus a aceptar las doctrinas marxistas y la estructura social y económica del comunismo” [...].

“Los principales errores y desviaciones espirituales son los siguientes:

“1. Día a día llega a estar más difundida la opinión de que es injusta toda superioridad social o económica, de tal modo que solo la omnímoda igualdad de fortuna entre los hombres sería conforme al Evangelio, y errónea cualquier otra diversidad social. […] estos católicos pretenden que todos los otros hombres que disfrutan de bienes un poco por encima del nivel medio de lo estrictamente necesario para vivir, deben renunciar no solo a los bienes superfluos, sino incluso a aquellos que les son absolutamente necesarios para poder conservar el sistema de vida según la propia posición social. Para estos católicos, por tanto, toda opulencia familiar o nacional debe considerarse siempre como un robo y una retención injusta de los bienes que pertenecen a las clases más modestas. De ello deducen que […] las clases más modestas tienen estricto derecho a aquellos bienes que deben considerarse necesarios, aunque no estrictamente para vivir […]. Y como tienen derecho, pueden apropiarse de ellos por la fuerza. Esta tesis aplicada a la convivencia de los pueblos, da lugar a que las naciones menos cultas y menos ricas tengan derecho a exigir de las naciones más cultas y más ricas una parte de los bienes que estas poseen, sean intelectuales o materiales. […]

“2. Estos católicos pretenden que la Santa Sede distribuya, para ayudar a los pobres y los menesterosos, los tesoros del Vaticano y de las basílicas romanas, como igualmente las obras de arte que posee. Los obispos, los conventos y las parroquias deberían renunciar a todas las riquezas, conservando solo aquellas que les son estrictamente indispensables para vivir.

“3. Tales errores son difundidos por diversos maestros pertenecientes a las filas del clero. Siendo propagados bajo los ropajes de la justicia y la caridad, inducen a numerosos fieles a aceptar falsas doctrinas y falsos principios, alimentando un espíritu contrario al orden católico y con tendencia a la igualdad social. […]

“La astucia de los comunistas tiende a aplicar en los últimos años un nuevo método estratégico. El gobierno ruso proclama la necesidad de la coexistencia pacífica y ostenta una liberalidad ficticia. Esta momentánea disminución del rigor del sistema político crea la ilusión de cierta evolución de las naciones comunistas, las cuales insensiblemente caminarían hacia un tipo de sociedad que podría ser tolerado y francamente deseado por los católicos. […] Apoyándose en tal opinión, muchos católicos reputan que la llamada sociedad occidental, a causa de los abusos del régimen capitalista bajo el cual ellos viven, es peor que la sociedad comunista. Consideran realmente incurables los abusos del capitalismo, y por eso dicen que no interesa a la causa católica si vivimos bajo un régimen occidental libre, o bajo la esclavitud comunista. […]

“Esta general aceptación de ideas y mentalidad marxista exige absolutamente del Concilio una palabra que tranquilice la conciencia cristiana. Esta palabra, a mi parecer, no puede ser ignorada sin gravísimo daño para las almas. En realidad, el comunismo y el marxismo deben ser considerados como las más peligrosas herejías de este siglo, y, por tanto, los fieles se quedarían perplejos si el Concilio no abordase cuestiones tan actuales.

“Ruego […] que el Santo Padre disponga la elaboración y el estudio de un esquema de constitución conciliar donde:

“1. Se exponga con gran claridad la doctrina social católica y se denuncien los errores del marxismo, del socialismo y del comunismo, desde el punto de vista filosófico, sociológico y económico;

“2. Sean conjurados aquellos errores y aquella mentalidad que preparan el espíritu de los católicos para la aceptación del socialismo y del comunismo, haciéndolos propensos a éstos”.

*     *     *

En la misma magna asamblea conciliar, 510 obispos de 78 países —más de un tercio de los obispos residenciales del mundo— suplicaron al Papa Paulo VI que, acompañado por los obispos de todo el mundo católico, atendiera el deseo de Nuestra Señora de Fátima y consagrara Rusia a su Inmaculado Corazón. El objetivo de la petición era “obtener la paz para nuestra agitada época, remover las causas profundas de la apostasía, obtener la conversión de los que se han adherido al comunismo, impetrar la intercesión de aquella que ‘es la única que ha aplastado todas las herejías en el mundo entero’, obtener la libertad para las naciones en las que la Iglesia es perseguida, promover los frutos ubérrimos de la renovación en la vida cristiana de los fieles”.

Si la condena y la consagración se hubieran atendido solemnemente, el Concilio Vaticano II se habría inscrito gloriosamente en la línea de los deseos de la Madre de Dios expresados en Fátima. La conversión de Rusia la hubiera arrebatado de las manos de las tinieblas, y el inmenso azote del comunismo estaría alejado del mundo. Veamos qué ocurrió.

213 Padres Conciliares firmaron una petición exhortando al II Concilio del Vaticano a condenar el comunismo

Dos escuelas de profetas: la de la alienación y la de la desalienación

Los profetas de los “errores de Rusia” los implantaron en todo el mundo. Además de los líderes rusos como Stalin, Kruschev y Brezhnev, se encuentran el chino Mao Tse-Tung; los italianos Antonio Gramsci, Palmiro Togliatti y Enrico Berlinguer; los franceses Maurice Thorez y Georges Marchais; los españoles Dolores Ibarruri (la Pasionaria) y Santiago Carrillo; el cubano Fidel Castro; el argentino Che Guevara, el peruano Abimael Guzmán y muchos otros que el límite del espacio no nos permite enumerar.

En sentido contrario, María Santísima inspiró a almas selectas que hablaron al mundo con acentos proféticos en el sentido del mensaje de Fátima. Un ejemplo fue san Maximiliano Kolbe (1894-1941), alma de fuego y fundador de la “Milicia de la Inmaculada”, que se extendió enormemente, sobre todo en Europa Oriental. El 11 de febrero de 1937, durante un Congreso sobre Nuestra Señora de Lourdes en Roma, en presencia de cardenales, obispos, nobles, profesores y representantes de las principales órdenes religiosas, afirmó: “La Inmaculada es la vencedora del demonio, […] lucha en las batallas de Dios para vencer el mal, por el triunfo del bien, aplasta la cabeza del monstruo infernal y destruye todas las herejías del mundo. […] Ella es la vencedora. Esperemos llenos de fe el día en que un caballero de la Inmaculada levante en lo alto del Kremlin, en Moscú, el estandarte blanco de la Inmaculada”. Cuando se le preguntaba cuándo ocurriría esto, el santo siempre mencionaba que sería necesaria una “prueba de sangre universal” para la realización de este acontecimiento histórico.

En varias ocasiones, Nuestro Señor reveló a la beata Elena Aiello (1895-1961), fundadora de las Hermanas Mínimas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, el carácter de flagelo de Rusia. Pues recibió del cielo un eco ampliado del mensaje de Nuestra Señora en Fátima: “Rusia desencadenará todas las fuerzas del mal sobre todas las naciones y destruirá la mejor parte de mi rebaño; sufrirá una purificación que será recordada como el más grave azote de la historia del mundo. […] Vendrá una guerra que destruirá pueblos y naciones; los hombres caminarán sobre los cadáveres […]. La Iglesia está herida por dentro y por fuera. Entonces las tinieblas cubrirán la tierra porque está dominada por Satanás. Las fuerzas del mal avanzan y las fuerzas del bien retroceden…”.

Y también sobre la escalada de malas costumbres que hoy ha alcanzado proporciones inimaginables, y que fue señalada por la Virgen en Fátima como la causa de todos los males y la razón del flagelo de los “errores de Rusia”, dice así: “El pecado de impureza hace estragos en la juventud, en los niños, la familia cristiana ya no existe. Ya no hacen misterios: quieren expulsar a Cristo de las familias, de las escuelas, de las oficinas, de la sociedad, de las conciencias […]. Roma será castigada […] Rusia se elevará por encima de todas las naciones, especialmente de Italia, y plantará la bandera roja en la cúpula de San Pedro […]. Rusia ha preparado armas secretas contra Estados Unidos, contra Francia y contra Alemania. […] El Papa tendrá que sufrir mucho. El león rugiente avanzará sobre la Cátedra de Pedro para difundir sus errores. La hiel de Rusia envenenará a todas las naciones, especialmente a Italia […] Rusia está guiada por Satanás, que quiere el dominio absoluto de la tierra […]. La Iglesia será perseguida…”.

Estos mensajes parecen haber sido acogidos por san Pío de Pietrelcina (1887-1968), quien, para asombro de sus oyentes, profetizó que los comunistas tomarían el poder “por sorpresa, sin dar un golpe […] Nos daremos cuenta de ello de la noche a la mañana”. El santo religioso también predijo que la bandera roja flamearía sobre el Vaticano. Sin embargo, añadió, “esto pasará”, dejando en claro que será un episodio extremo pero transitorio.

En los años 30, cuando Rusia alimentaba la Guerra Civil Española, responsable del martirio de miles de sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, santa Faustina Kowalska (1905-1938) padeció una especial angustia por Rusia y España. Rezaba por esos países, por el Santo Padre y por los sacerdotes. El 16 de diciembre de 1936, después de recibir la sagrada comunión, Jesús le dijo sobre Rusia: “No puedo soportar más a este país; hija mía, no me ates las manos”. Y la religiosa comenta: “Comprendí que si no fuera por las oraciones de las almas amadas por Dios, esa nación habría sido totalmente aniquilada. Oh, ¡cuánto sufro por esta nación que ha expulsado a Dios de sus propias fronteras!”.

San Maximiliano Kolbe, beata Elena Aiello, san Pío de Pietrelcina y santa Faustina Kowalska

La voz de los Papas

Los Papas del siglo de la “guerra de los profetas” no dejaron de advertir la magnitud apocalíptica de la centuria comprometida en esta lucha. Por ejemplo, contemplando el espectáculo del mundo, Pío XI concluía que era “tan triste que por estos acontecimientos parecen manifestarse ‘los principios de aquellos dolores’ que habían de preceder ‘al hombre de pecado que se levanta contra todo lo que se llama Dios o que se adora’ (2 Tes 2, 4)”.

En uno de sus célebres radiomensajes, Pío XII advirtió al mundo que “frente a la corriente que amenaza con arrastrarnos hacia una socialización total, al final de la cual la imagen aterradora del Leviatán se convertiría en una realidad aterradora, la Iglesia luchará hasta el final”.

Contemplando los indecibles horrores derivados de la aplicación de los “errores de Rusia” en Ucrania, su patria, Mons. Andrey Sheptysky, arzobispo de Lvov y cabeza del rito greco-católico ucraniano, escribió a la Santa Sede: “Este régimen solo puede explicarse como un caso de posesión diabólica colectiva”. También pidió al Papa que sugiriera a todos los sacerdotes y religiosos del mundo que “exorcizaran a la Rusia soviética”.

La voz de un seglar católico

Este inmenso conflicto entre la profecía de Fátima y las almas que la difunden identificándose con ella, por un lado, y la especie de “contra-profecía” de Satanás condensada en los “errores de Rusia”, por otro, fue percibido también por seglares católicos que se comprometieron con agudeza y ayuda sobrenatural en esta contienda suprema del siglo XX. Un ejemplo característico es el de Plinio Corrêa de Oliveira. En 1929, con tan solo 20 años de edad, escribió una carta al fundador de la Facultad de Derecho de la Universidad de Sao Paulo, el profesor José Pedro Galvão de Souza, en la que expone, varios años antes de la divulgación del mensaje de Fátima, aspectos esenciales de este:

“Cada vez se acentúa más en mí la impresión —escribía el Dr. Plinio— de que estamos en el vestíbulo de una época llena de sufrimientos y luchas. En todas partes el sufrimiento de la Iglesia se hace más intenso, y la lucha se aproxima. […] En breve se desatará la tormenta, que tendrá como mero prefacio una guerra mundial. Pero esta guerra extenderá por todo el mundo tal confusión, que las revoluciones surgirán en todos los rincones […]. El bajo fondo de la sociedad subirá a la superficie, y la Iglesia será perseguida en todas partes. […] En consecuencia, o bien tendremos un una nueva Edad Media o bien tendremos el fin del mundo”.

“¿Qué parte tendremos nosotros en todo esto? […] en lugar de imitar a los apóstoles que dormían en el Monte de los Olivos, debemos ‘vigilar y rezar’. Esta es nuestra principal tarea. Prepararnos para la lucha, y preparar a la Iglesia, como el marinero que prepara el barco antes de la tempestad”.

Leyendo estas líneas, no es de extrañar que el documentado biógrafo italiano Roberto de Mattei, le haya incluido entre los “profetas de Nuestra Señora” en su erudita biografía titulada Plinio Corrêa de Oliveira - Profeta del Reino de María.

El silencio del Vaticano II

La “guerra de los profetas” generó en los cinco continentes acontecimientos como la Segunda Guerra Mundial, revoluciones y conflictos civiles que plagaron la historia del siglo XX y cuyo enunciado requeriría una obra enciclopédica. Permítanos citar brevemente dos episodios de este enfrentamiento.

El primero se refiere al Concilio Vaticano II. La hermana Lucía, a instancias de Nuestro Señor y de Nuestra Señora, imploró a las más altas autoridades eclesiásticas que publicaran la tercera parte del Secreto de Fátima en 1960, es decir, antes del acontecimiento conciliar. Todavía se discute apasionadamente por qué no se atendió esta petición y las consecuencias catastróficas que se derivaron de esta omisión. Pero lo cierto es que en el clima de optimismo instalado en el mundo y en la Iglesia en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, las voces de los santos, de los mensajeros divinos y de los espíritus de fe clarividentes fueron consideradas como las de “profetas de desgracias” que no comprendían el particular alborozo de la época. En este ambiente, los “errores de Rusia” se infiltraron en la Iglesia, aprovechando la distensión fingida por Moscú y mencionada como una de las peores artimañas anticristianas en la petición firmada por 213 Padres Conciliares.

Así como la petición de los Padres del Concilio quedó “olvidada” en algún cajón de la burocracia vaticana, el Papa Paulo VI tampoco consagró a Rusia de acuerdo con las condiciones establecidas por la Santísima Virgen en Fátima.

Putin: el más reciente “profeta” de los “errores de Rusia”

Los “profetas” del mal han perfeccionado sus estratagemas de metamorfosis engañosa, que ya habían sido denunciadas in radice en la desoída petición de los 213 Padres Conciliares. En la Nochebuena de 1991, en una ceremonia transmitida a los cuatro rincones del mundo, el máximo dirigente del comunismo ruso, Mijaíl Gorbachov, declaró astutamente la extinción de la URSS. ¡Sí, “se extinguirá” la plataforma desde la que los “errores de Rusia” se extendieron a todo el mundo! Curiosamente, todos los que hasta hace poco habían declarado que era imposible oponerse al comunismo y que su victoria era irreversible, celebraron el hecho y bajaron los brazos, repitiendo: “el comunismo murió”.

Sin embargo, Plinio Corrêa de Oliveira no se dejó engañar por esta oleada de embustes y siguió denunciando las astucias de la metamorfosis del comunismo, tras la cual volverían los mismos errores bajo otras máscaras. Y así fue. Tras la confusa década de los noventa, una nueva luz negra, remanente del viejo sistema soviético, comenzó a brillar de forma engañosa en Rusia. Fue Vladimir Putin, antiguo coronel de la policía secreta soviética, la tenebrosa KGB, quien escaló los puestos de mando del Kremlin e instaló a sus camaradas de los servicios secretos en puestos clave del gobierno y en el Patriarcado de Moscú, una antigua dependencia religiosa del esquema represivo soviético. Una hábil propaganda se ha encargado de presentar a Putin como un sucesor de Carlomagno o del emperador Constantino, que viene de Oriente para restaurar la religión y poner fin al caos que devora al mundo occidental excristiano. Si en el período anterior a la revolución rusa el endemoniado Rasputín fue el gran seductor de la familia imperial de los Romanov, en cuya intimidad penetró, Putin está siendo erigido hoy como el más reciente y audaz “profeta” de los “errores de Rusia” en el seno de la sociedad occidental.

No obstante la profecía de Fátima es una espada clavada en el corazón de la revolución anticristiana. Señala sin cesar los “errores de Rusia” como la tintura madre de la “mayor y más peligrosa herejía de este siglo” que está azotando a la humanidad reacia a hacer penitencia, según el llamado de los citados Padres Conciliares.

Después de un siglo de confrontación, la metamorfosis de los “errores de Rusia” —encarnada por el régimen de Putin y soplada por innumerables “compañeros de ruta”, incluso en la alta jerarquía de la Iglesia— emerge como la maniobra suprema que intenta presentar como “superada” y “caduca” la profecía de Nuestra Señora en Fátima. En una sincronización infernal, la revolución cultural en Occidente se ensaña con la familia y las prácticas religiosas tradicionales, en medio de un fango oceánico de blasfemias y sacrilegios.

Tal vez se trate de un intento agónico de los “errores de Rusia” contra el bastión del auténtico catolicismo. Porque esta desvergonzada audacia del mal, que se yergue como una inmensa serpiente tratando de escalar el trono de Dios y de exterminar a los fieles, es tal que el cielo decretará el fin de esta “guerra de los profetas”. Será el triunfo espléndido y definitivo del Inmaculado Corazón de María prometido por la Santísima Virgen a los tres pastorcitos en Portugal. Un triunfo que será aclamado por los fieles católicos sobre las cenizas humeantes de los errores del mundo revolucionario, con una Rusia finalmente convertida a la fe católica, y el estandarte de la Inmaculada ondeando en lo alto del Kremlin, como lo predijo san Maximiliano Kolbe. Entonces sonará una voz en la tierra que proclamará: “¡Por fin ha triunfado el Corazón Inmaculado de María!”.

Parada militar en la Plaza Roja de Moscú. Una hábil propaganda se ha encargado de presentar a Putin como un sucesor de Carlomagno o del emperador Constantino, que surge en Oriente para restaurar la religión y poner fin al caos que devora al mundo occidental excristiano.

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Tesoros de la Fe N°239 noviembre 2021


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