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El Papa que yo conocí de cerca



Así comienzan las Memorias del Cardenal Rafael Merry del Val sobre el Papa San Pío X:

Mi primer encuentro con S. E. el Cardenal José Sarto

Aunque pueda parecer sorprendente, la verdad es que yo no conocía a Su Eminencia el Cardenal José Sarto hasta fines de julio de 1903, cuando el Sacro Colegio se reunió en Cónclave, después del fallecimiento de Su Santidad el Papa León XIII.

Cardenal Guiseppe Sarto, Patriarca de Venecia
(San Pío X)


Ya conocía entonces, al menos de vista, a todos los Cardenales que en aquella ocasión habían acudido a Roma, y podía identificar a cada uno de ellos. Durante los ocho años que había permanecido en el Vaticano asesorando a León XIII, tuve ocasión de tratar de cerca de casi todos los miembros del Sacro Colegio. Pero nunca había coincidido con el Cardenal Sarto. Fue aquel lunes 3 de agosto de 1903, que tuve el privilegio de hablar con él por primera vez.

En la víspera de ese día yo había presenciado el odioso veto promovido por políticos austriacos contra el Cardenal Rampolla. Estoy íntimamente convencido de que, de ningún modo él habría sido elegido, ya que la mayoría de los votantes estaba firmemente inclinada a elegir a otro candidato.

Pero el Cardenal Rampolla estuvo bastante cerca de obtener los votos necesarios precisamente cuando la actitud del Cardenal Puzyna, en nombre del Emperador de Austria, produjo una fuerte reacción y un movimiento de protesta en defensa de la libertad del Cónclave y de los derechos de la Santa Iglesia.

El Cardenal Oreglia di Santo Stefano, Decano del Sacro Colegio, inmediatamente después de la primera sesión celebrada en la Capilla Sixtina, en la mañana del lunes 3 de agosto, habló conmigo seria y prolongadamente, sobre su creciente preocupación en lo concerniente a la elección.

No parecía que hubiera ninguna posibilidad de llegar a una rápida conclusión —me dijo— si el Cardenal Sarto, cuyos votos iban aumentando progresivamente en cada votación, persistiera en su actitud de rechazar la aceptación del Papado. Su Eminencia se juzgaba obligado, en conciencia, a no permitir que el impase se prolongara indefinidamente, y por eso me pedía que fuese a hablar con el Cardenal Sarto.

Yo debía, en nombre del Cardenal Decano, preguntar al Cardenal Sarto si estaba decidido a persistir en la negativa de ser elegido, y si, en ese caso, autorizaba a Su Eminencia el Cardenal Decano a declararlo definitivamente ante el Cónclave reunido en la sesión de aquella tarde, para que el referido Cardenal Decano hiciera ver a los demás Cardenales la conveniencia de encontrar otro candidato.

De acuerdo con esas instrucciones, fui en busca del Cardenal Sarto. Me informaron que él no se encontraba en sus aposentos y que probablemente lo encontraría en la Capilla Paulina. Hacia ahí me dirigí presuroso, a cumplir mi encargo.

Sería alrededor del mediodía cuando entré en la capilla oscura y silenciosa. La lámpara del Sagrario tremolaba; otras velas estaban encendidas sobre el altar, a la derecha y a la izquierda del cuadro de Nuestra Señora del Buen Consejo.

Noté a un Cardenal arrodillado sobre el suelo de mármol, a cierta distancia de la mesa de comunión, rezando delante del Tabernáculo, sosteniendo la cabeza entre las manos y los codos apoyados sobre una banca de madera. Era el Cardenal Sarto.

Por lo que recuerdo, nadie más estaba en la capilla en aquel momento.

Me arrodillé a su lado y, con voz baja, le transmití el mensaje del Cardenal Decano.

Su Eminencia irguió la cabeza, volviéndola hacia mí lentamente, mientras me oía. Las lágrimas le corrían de los ojos y yo casi contuve la respiración a la espera de su respuesta.

Cardenal Rafael Merry del Val, Secretario de Estado del Papa San Pío X


“Si, si, Monsignore —respondió amablemente— dica al Cardenale che mi faccia questa carità” (Si, si, Monseñor, dígale al Cardenal que me haga ese favor).

Parecía repetir, como un eco, las palabras del Divino Maestro en Getsemaní: “Aparta de mí este cáliz”. El “que no se haga mi voluntad, sino la tuya” del Cardenal Sarto aún demoraría algo.

Las únicas palabras que tuve fuerzas para proferir, en respuesta, salieron de mis labios como que inspiradas por otra persona. Fueron: “Eminenza, si faccia coraggio! Il Signore l’aiuterà” (¡Coraje, Eminencia! ¡El Señor os ayudará!).

El Cardenal me miró fijamente, con la expresión profunda que le era peculiar y que posteriormente aprendí a conocer tan bien, y se limitó a decir: “Grazie, grazie” (Gracias, gracias). Fue lo único que dijo.

Nuevamente sumergió la cabeza entre las manos y continuó a rezar. Me alejé. Jamás olvidaré la impresión que me produjo ese primer encuentro, frente a una angustia tan intensa. Era la primera vez que me ponía en contacto con Su Eminencia y sentía haber estado en la presencia de un santo.

Pocas horas después, mucho antes que el Cardenal Decano pudiese llevar a efecto su propósito, el Cardenal Sarto, ante los insistentes pedidos que le hacían varios miembros del Sacro Colegio, decidió desistir de su negativa.

Cuando se celebró la sesión de la tarde, quedó evidente para todos que era él quien sería elegido, a la mañana siguiente, por gran mayoría.