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El Milagro de la Santa Casa de Loreto
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Veinte años de gracias



Plinio Corrêa de Oliveira, 1938 (arriba); Procesión en Río de Janeiro, 1931 (abajo)

Entre una y otra guerra mundial pasaron veintiún años. Fue el tiempo concedido a la humanidad para que se convirtiera.

En sus palabras la Virgen María deja ver claramente las condiciones para el establecimiento de una era de paz en el mundo y la salvación de las almas, sin castigo: los hombres tenían que dejar de ofender a Dios.

Para formarse una idea de las gracias que soplaban sobre la faz de la tierra entre las dos guerras mundiales, tomemos el ejemplo del Brasil en donde hubo un enorme impulso del movimiento católico, que conquistó lo mejor de la juventud y echó abajo el espíritu positivista, laico y ateo que había caracterizado los primeros años de república.

Un marco brillante de ese proceso fue, en la ciudad de São Paulo, en 1928, el Congreso de la Mocedad Católica, que reunió la flor y nata de la juventud.

Al frente de ella pronto destacaría la figura de Plinio Corrêa de Oliveira. Éste, cinco años después, con apenas veinticuatro años, se convirtió en el diputado que mayor votación alcanzó para la Asamblea Constituyente de 1934, elegido por la Liga Electoral Católica.

El Perú recibió insignes gracias

Entre 1917 y 1938, tres célebres y tradicionales imágenes de la Santísima Virgen recibieron el privilegio de la coronación canónica y pontificia. Esto despertó entre los fieles católicos peruanos un resurgimiento de la piedad mariana que se había enfriado tremendamente durante el siglo XIX.

Nuestra Señora del Rosario (Lima) y Nuestra Señora de Belén (Cusco)

Como digna reafirmación de la identidad católica del Perú, el 24 de setiembre de 1921, fue coronada canónicamente la imagen de Nuestra Señora de la Merced, Patrona de las Armas; lo propio se hizo el 2 de octubre de 1927 con la imagen de Nuestra Señora del Rosario, secular Patrona del Perú; y, posteriormente recibió la corona de oro el 8 de diciembre de 1933 Nuestra Señora de Belén, Patrona del Cusco.

En ese mismo período, se erigió en Lima un Santuario dedicado a María Auxiliadora. El magnífico templo fue bendecido e inaugurado el 29 de julio de 1921 por el siervo de Dios Mons. Emilio Lissón Chávez (1872-1961), Arzobispo de Lima.     


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