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A propósito de los “talk shows”

¿Puede la TV “auto-regularse”?



La televisión se ha convertido, en el Perú como en tantos otros países, en la punta de lanza de una revolución cultural neo-bárbara que avasalla todos los valores sociales cristianos y civilizados, mientras abre las puertas a las peores formas de corrupción.

Del Coliseo romano al coliseo Dibós, pan, circo... y sangre

La proliferación de los llamados “talk shows” o “reality shows” es la muestra más reciente de cómo la TV está dejando de ser medio de entretenimiento y cultura para convertirse, como afirma el psicólogo Luis Raffo Benavides, en agente de una verdadera “idiotización cultural”.1 Pero además, en el plano moral, al dar publicidad gratuita a los vicios y perversiones más sórdidas a pretexto de “mostrar la realidad”, esos shows fomentan la corrupción de costumbres en sus formas más degradantes. Y con ello cometen un verdadero “crimen social”, como lo ha calificado un distinguido observador limeño.2

Cierto especialista en marketing llegó a decir que el secreto de la publicidad, hoy en día, consiste en estimular los siete pecados capitales. La nauseante televisión peruana parece haber hecho de ese “secreto” el eje de su estrategia publicitaria, en todo parecida, y en nada diferente, a un embrutecimiento programado.

Así las cosas, a fines de junio se produjo en el Coliseo Dibós una estampida humana similar a la que hace un año, en la Feria del Pacífico, causara cinco víctimas fatales entre adolescentes hipnotizadas por un mediocre dúo venezolano. Ahora, la pugna por ingresar al programa número 100 de un “talk show” ocasionó una nueva muerte, además de numerosos heridos entre la turba atraída por promesas de más morbosidad y más regalos. Tales shows se convierten así en la versión actualizada —sangre incluida— del “pan y circo” que los Césares ofrecían en el Coliseo al populacho de la Roma decadente. Entre los paganos de ayer y los neo–paganos de hoy, ¡cuántas y cuán sugestivas semejanzas!...

Incógnitas sin respuestas

Como de costumbre, la tragedia produjo un remezón de alarma y múltiples declaraciones de prensa. Pero curiosamente, en vez de ir a la raíz del problema y exigir que se ponga un freno enérgico y definitivo a esas exhibiciones degradantes, en general las opiniones vertidas se limitan a proponer una auto-regulación de la TV, como si ello bastase para escapar de “los excesos...” que la misma TV genera.

Los defensores de la auto-regulación sostienen que así se evitaría recurrir a la censura, que es el gran tabú de nuestra época liberal-permisivista. O sea, suponen que bastaría que los programas se “auto-regulen” para que el pésimo nivel moral y cultural de nuestra TV se eleve automáticamente.

Pero todo esto no pasa de un espejismo; pues si fuese cierto, desde el inicio se habría evitado el problema...

Además, la “auto-regulación” deja en pie varias y serias incógnitas: cómo se la ejercería; cuáles serían sus criterios de aplicación; cómo se evitaría que cada productor exhiba lo que se le antoja y que la amoralidad predominante en los canales continúe a ser impuesta a los televidentes, resignados de antemano porque “no tienen otra opción”...

TVs, atrapadas en un dilema

En verdad, la “auto-regulación” pierde sentido si no se atiene a normas morales; y éstas a su vez carecen de consistencia si no se basan en la integridad del Decálogo, impreso en la naturaleza humana, revelado por Dios y proclamado durante veinte siglos por la Santa Iglesia.

Los promotores de la “auto-regulación” se topan, pues, con este problema: si la ponen en práctica al margen de los principios morales, no tendrá ningún resultado, y la actual avalancha de telebasura continuará su curso; porque, si desprecian la Ley de Dios, ¿qué sentido tiene que sigan cualquier otro criterio, en el fondo arbitrario y vacío?

Y además, es público y notorio que la TV criolla está viciada en relativismo y amoralidad, como lo muestra el pésimo nivel de tantos de sus programas.

Ahora bien, ningún viciado consigue dejar su mal hábito simplemente “auto-regulándose”. Por ejemplo, ¿quién recomendaría a un alcohólico o a un drogadicto tan sólo “auto-regularse” para abandonar el vicio? Sería un infantilismo risible.

La TV enfrenta, pues, este dilema de hierro: o los canales abandonan el relativismo que los caracteriza y adoptan un código de ética serio y objetivo —que sólo puede derivar de la única moral verdadera y plenamente conforme a la naturaleza humana, los Diez Mandamientos— o la “auto-regulación” será un fiasco: en el mejor de los casos dará lugar a algún retroceso táctico, un tímido y vacilante paso atrás seguido poco después de dos audaces pasos adelante; y así la televisión continuará impunemente su obra de demolición de los valores familiares del Perú.     


Notas.-

1. “El Comercio”, 28–6–1998.
2. Carta del Ing. Andrés Arata M., “El Comercio”, 1–7–1998, sección Del lector.