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«Tesoros de la Fe» Nº 139 > Tema “Piedad Cristiana”

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¿Cuál es el papel de
los santos en la oración?


PREGUNTA

¿Podría explicar el papel de los santos en la oración?

¿Qué sucede cuando rezamos a los santos?

¿Cuáles son las oraciones que todo católico debería hacer diariamente?



RESPUESTA

La pregunta es oportuna para que abordemos un tema más necesario que nunca y sobre el cual debemos tener ideas muy claras. Sobre todo porque vivimos en un mundo en que la fe va menguando al punto de poder compararse a un césped ralo y escaso, en un terreno seco y árido.

Para quien no tiene fe, la oración entra en la lista de las cosas inútiles y sin sentido. Para muchos, sin ningún sentido. Estamos en la era de un avance tecnológico asombroso puesto al alcance de todos, desde la más tierna edad. Hasta niños de menos de dos años llegan a coger el smartphone de algún hermanito mayor, y deslizan el pulgar sobre la pantallita, buscando imitarlo. La pequeñita ve a sus hermanos hablar con sus amiguitos (o amiguitas) del colegio a través de aquel aparato y se forma inmediatamente la noción de que ese objeto transmite sus voces a otros niños que están no se sabe dónde. De cualquier modo, ella ve que el tal aparatito hace esa conexión “mágica”.

Frente a este hecho, que se volvió banal hoy en día, el adulto, que no vive más en el balanceo de los sueños de infancia, puede preguntarse: para que los hombres se comuniquen entre sí, la ciencia y la tecnología colocaron a nuestro alcance diversos medios; pero para comunicarme personalmente con Dios, ¿qué instrumento puedo usar? ¡No hay ningún instrumento humano! ¡Nada hay en este mundo que pueda establecer mi comunicación con Dios!

Para responder la pregunta del consultante, que versa sobre la cuestión específica de la oración a los santos, conviene aclarar primero cómo se hace la oración dirigida directamente a Dios.

¿Cómo puede el hombre comunicarse con Dios?

Ahora bien, en una definición muy simple, la oración consiste precisamente en ¡hablar con Dios! Definición ésta que tiene el sello de un gran Doctor de la Iglesia. Según Santo Tomás de Aquino, la oración es la elevación de la mente a Dios: elevatio mentis apud Deum. Por lo tanto, una elevación de mi alma, que es espíritu, hasta Dios, que es puro espíritu.

Altar de Gante (detalle), Jan van Eyck, 1432 
Catedral de San Bavón, Gante, Bélgica

Obviamente, para realizar esa operación, no existe ningún smartphone espiritual. Colocado frente a la definición de Santo Tomás, y teniendo en mente los avances de la ciencia, tal vez alguien levante la hipótesis abstrusa de que nuestro cerebro pueda emitir algún tipo de onda o haz de partículas electromagnéticas que transmitan a Dios nuestra oración. Tanto más cuanto nuestra actividad mental —intelectiva o volitiva— debe, de alguna manera, repercutir en los elementos constitutivos de nuestro cerebro. Dicho sea de paso, la literatura médica presenta como cierto que los ancianos con una actividad intelectual intensa, están menos sujetos a ciertos tipos de declinación cerebral. Por lo tanto, nuestra oración exclusivamente mental produce repercusiones físicas y biológicas benéficas para nuestro propio cerebro.

Volviendo al tema que nos ocupa, el dato más relevante a tomar en consideración es que uno de los elementos envueltos en esa comunicación espiritual es un Ser infinito. Entonces, si buscamos en el hombre qué facultades tiene para comunicarse con la infinitud de Dios, la respuesta parecería negativa, ¡porque lo finito no puede alcanzar lo infinito! Pero la respuesta debe ser abordada del otro lado, es decir, del lado de Dios: ¿cómo puede Dios colocarse al alcance del hombre para oír lo que él quiere decirle?

Entonces, la solución del problema se facilita. Aprendimos en el Catecismo que todos los atributos divinos son infinitos. Así como Él es omnipotente —todo lo puede hacer y creó el mundo de la nada— también es omnisciente, es decir, conoce todo lo que pasa en el universo, inclusive los más íntimos y secretos anhelos del corazón humano. Basta, por lo tanto, que formulemos en nuestro corazón un deseo o pensamiento que Dios inmediatamente toma conocimiento de él. Para hablar con los grandes de este mundo, necesitamos pedir audiencia (que no nos será concedida si no contamos con los debidos padrinazgos…). Pero para hablar con Dios, la atención es instantánea, a cualquier hora del día o de la noche. ¡Qué gran honor y felicidad el de ser atendidos al instante, por el Señor y Creador del Universo!

Los santos ven en Dios las oraciones que les dirigimos

La oración dirigida directamente a Dios queda así explicada. ¿Y las oraciones que a Él le dirigimos a través de Nuestra Señora y de los santos? Claro está que ellos no tienen una visión directa del corazón humano como Dios la tiene. Pero Dios quiso asociarlos en la suprema tarea de la salvación de las almas. Sobre todo a María Santísima, su Madre Inmaculada, a quien Él constituyó como Medianera de todas las gracias.

Las cosas entonces suceden así: el alma eleva una oración, digamos que a San Antonio, haciendo determinado pedido; en su continua contemplación de Dios, la Santísima Virgen y el santo invocado ven que aquella persona suplica su intercesión para la obtención de determinada gracia; Nuestra Señora, constituida como tesorera de los méritos de Jesucristo, obtiene de Dios la concesión de aquella gracia; y Dios entonces atiende el pedido de aquella alma, asociando los méritos de San Antonio a los méritos de Jesucristo. Al final del proceso, el alma tiene la sensación verdadera de que obtuvo la gracia por la intercesión de San Antonio. Todo muy justo, auténtico y razonable.

La objeción protestante de que los méritos de los santos de nada nos valen ante Dios no toma en cuenta que sí valen mucho, porque están asociados a los méritos de Jesucristo, que son el fundamento absoluto de todas las gracias concedidas a los hombres. El papel de la Santísima Virgen, como Medianera de todas las gracias, queda también debidamente realzado. Máxime si tenemos en vista su título de Corredentora, aún no proclamado, pero cuyo fundamento teológico es defendido por mariólogos de peso.

Supongo que ésa sea exactamente la aclaración que el lector pedía en su pregunta: “¿Qué sucede cuando rezamos a los santos?”

¿Qué oraciones hacer? ¿Qué gracias pedir?

El consultante pregunta, por fin, qué oraciones debe hacer diariamente. Esto es mejor dejarlo al buen criterio del propio interesado. Vale un principio general: rece aquellas oraciones que más le tocan el corazón. Las cuales, pues, pueden variar de acuerdo con las disposiciones de alma en el momento en que la persona se encuentre.

No obstante, nunca el fiel debe dejar de hacer la oración de la mañana, al levantarse, y la oración de la noche, antes de dormir. Un buen católico nunca dejará de rezar el rosario diariamente, y si fuera posible el Rosario completo (los tres misterios). La oración del Ángelus al mediodía y a las seis de la tarde suele hacer parte del rol diario de oraciones.

Pero existe una práctica que no podría dejar de ser destacada: el ofrecimiento de las acciones y sufrimientos del día según las intenciones del apostolado del Sagrado Corazón de Jesús, ampliamente difundido en las asociaciones religiosas arraigadas en la Iglesia antes del Concilio Vaticano II. Si bien es cierto que después del Concilio, muchas de esas asociaciones fueron puestas de lado, combatidas como anticuadas, y hasta cerradas a consecuencia de una mal entendida participación de los fieles en el Santo Sacrificio de la Misa —que dispensaría las devociones tradicionales— el ofrecimiento del día subsistió como práctica normal de un cierto número de católicos. Convendría revalorizarlo.

Considerando, además, que la desacralización y la secularización del mundo avanzaron mucho en los últimos 50 años, sería excelente —y a nuestro entender, incluso necesario— que en las intenciones del ofrecimiento del día fuese incluida la eliminación del laicismo y la restauración de la civilización cristiana. Sin ello, no habrá una nueva evangelización del mundo, tan preconizada por los últimos Pontífices; la semilla del Evangelio sería lanzada en terreno árido y pedregoso, y si llegara a brotar, pronto se extinguiría, según la célebre parábola del sembrador de la que habló Nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt 13, 5-6; Mc 4, 5-6; Lc 8, 6).

Así, tomo la iniciativa de proponer la siguiente fórmula, que sugiero a los lectores, sometiéndola, no obstante, respetuosamente, a la autoridad eclesiástica competente:

Os ofrezco, oh Dios mío, en unión con el Sacratísimo Corazón de Jesús, por medio del Inmaculado Corazón de María, las oraciones, obras, sufrimientos, malas sorpresas y decepciones de este día, en reparación por nuestras ofensas, y por todas las intenciones por las cuales Vos os inmoláis continuamente sobre el Altar. Yo os los ofrezco muy especialmente por la restauración de la civilización cristiana, y su extensión por todo el mundo, con el cumplimiento de las promesas de Nuestra Señora en Fátima, en particular la implantación del Reino del Inmaculado Corazón de María allí anunciado



  




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Tesoros de la Fe


Nº 255 / Marzo de 2023

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