SOS Familia La madre que rechazó el regalo de Dios

La narración o cuento trascrito a continuación resalta los designios de misericordia que Dios tiene con relación a todo niño que está por nacer, y cómo le incumbe a la madre el grave deber de velar por el cumplimiento de ese plan divino.

 

Cid Alencastre


El augustísimo Consejo de la Santísima Trinidad —Padre, Hijo y Espíritu Santo—, envuelto en sus eternos y divinos resplandores, se reunió para deliberar. Se trataba de decidir las cualidades que serían comunicadas a las nuevas almas que iban a ser creadas, a fin de que en el mundo la misericordia de Dios se pudiera ejercer con largueza aún mayor.

De este modo fueron siendo escogidas parejas en todos los rincones de los cinco continentes, en las islas más apartadas, y en todas partes donde hubiese vida humana, a fin de que engendrasen hijos portadores de especiales bendiciones, para que cada cual realice la misión a él atribuida por el Creador.

La elección ya estaba hecha y las decisiones tomadas, cuando la Segunda Persona de la Santísima Trinidad revestida de la naturaleza humana, Jesucristo Nuestro Señor, pidió al Padre Eterno que fuese creada un alma más; adornada de todos los dones y gracias ya distribuidas a las demás, de modo que representara, de alguna manera, la síntesis de todo cuanto en aquella ocasión había sido destinado a las otras; y con esto, tal criatura pudiese dar a Dios una gloria especial.

— Hijo mío bienamado —respondió el Padre Eterno—, tu voluntad es mi voluntad, tus proyectos son mis proyectos, y el Espíritu Santo forma con nosotros un solo deseo y una sola acción.

Y así fue hecho. A los ángeles y santos del Cielo les fueron comunicadas las decisiones tomadas, para gran alegría y gozo de todos.

En una ciudad bañada por el Océano Pacífico, la voluntad misericordiosa de Dios favoreció entonces a una mujer, Carmen Rosa, y a su esposo, para que de ellos naciera una niña especialmente dotada, en virtud de un futuro altamente promisorio. Pasado, no obstante, el primer mes después de la concepción, Satanás comenzó a sospechar que aquella niña tenía algo de particular, y hasta podría ser una futura enemiga suya, difícil de vencer.

El demonio —homicida desde el principio (Jn. 8, 44)— no dudó en soplar al oído de Carmen Rosa:

— Para ti mejor es abortar el fruto de tu vientre. Al final, ya tienes otros hijos, y uno más constituirá un peso insoportable. No podrás dedicarte a tu trabajo, gozar tus placeres, tomar tus libertades, si esa impertinente llega a conocer la luz del día. Existe un derecho de la mujer a su propio cuerpo, que tú podrás ejercer librándote de ese pequeño ser indeseable; y nadie más tiene que ver con ello.

Al principio Carmen Rosa no concordó con aquella argumentación engañosa del padre de la mentira, pero tuvo la debilidad de no repelerla por completo; le dio oídos y sintió en ello una cierta complacencia. Fue lo suficiente para que el demonio diese un paso más y lanzase sobre su espíritu una niebla pegajosa de confusión, con la confusión la duda, y con la duda el estremecimiento del alma. Pasaron semanas de indecisión, de temores, de pavor.

El padre de la niña estaba de viaje. Carmen Rosa sabía que, si abortase voluntariamente, cometería un pecado mortal, incurriría en la pena de excomunión, según la ley de la Iglesia; y, de algún modo, se esclavizaría al demonio.

Los ángeles del Cielo intentaron por todos los medios ayudar a la pobre madre con santas inspiraciones, infundiendo claridad a sus pensamientos, fortaleciéndole el ánimo, ayudándola a ordenar su sensibilidad desorientada. Deseaban el bien de ella, pero sobre todo tenían en vista la realización del designio divino sobre aquella niña, con la consiguiente ventaja para toda la humanidad.

No sabiendo ya qué hacer, los santos ángeles se dirigieron entonces hasta el trono de la Reina del Cielo y de la Tierra, rogándole que intercediera junto a su Divino Hijo para que no se frustrase plan tan excelso relativo a los designios divinos sobre aquella criatura .

— Él a Vos nada os niega —le dijeron los ángeles a la Madre de Dios. Pedid y obtendréis.

La Santísima Virgen accedió al clamor, y se arrodilló humildemente ante el trono de su Hijo. Al verla, el rostro de Él se llenó de alegría. Bajó las gradas del trono y la levantó, con la delicadeza de un hijo y la autoridad de un Dios.

Habiendo la Virgen Santísima expuesto la razón de su embajada, Jesucristo le respondió:

— Nunca te negué nada, jamás te negaré cosa alguna. Porque me lo pides, esa niña no morirá; nacerá y tendrá todas las condiciones para realizar la misión que el solemne Consejo de la Trinidad le designó. En cuanto a la madre, no obstante, un decreto eterno de la sabiduría divina, que se aplica a todo el género humano, impide que yo fuerce su libre albedrío; de modo que, como cualquier mortal, ella será responsable por sus actos ante el Tribunal de Dios.

Mientras tales sublimidades pasaban en el Cielo, en el corazón de aquella madre desnaturalizada, presionado por malas inclinaciones y angustias, las sugestiones diabólicas pesaron más en la balanza interior que las inspiraciones angélicas. Carmen Rosa tomó la trágica decisión de librarse de su hija. Ella no conocía, evidentemente, el futuro grandioso que la Providencia Divina preparaba para aquel pequeño ser, pero era responsable de lo que hacía. Y sabía también que Dios tiene designios de misericordia a respecto de toda y cualquier alma, y que a nadie le cabe el derecho de interrumpir los caminos del Creador.

Dominada por un acceso de desvarío, Carmen Rosa resolvió dirigirse inmediatamente a una clínica abortista. En su prisa al bajar las escaleras de su residencia, resbaló; y al caer, se golpeó la cabeza con el pasamanos. Al encontrarla desmayada, fue inmediatamente conducida a un hospital, donde los exámenes revelaron la pérdida de la conciencia por tiempo indefinido, debido al accidente.

Inconsciente, ella fue alimentada por una sonda durante varios meses, hasta que se completó el tiempo de dar a luz a una bella y robusta niña. Una pariente próxima de Carmen Rosa, persona generosa, quedó prendada con la recién nacida; con el permiso del padre de la niña, la llevó a su casa, a fin de cuidar de ella como novísimo retoño de su numerosa prole, y la bautizó.

En el Cielo, la alegría de los ángeles y de los santos fue intensa, y el cántico del Magníficat fue entonado espontáneamente para agradecer a la Santísima Virgen. Ella, a su vez, se volvió hacia el trono de su Divino Hijo y cantó el Te Deum laudamus, Te Dominum confitemur.

Algún tiempo después, Carmen Rosa recuperó la conciencia, pero no enteramente la lucidez. Ni se acordó que estaba por dar a luz, y no preguntó nada al respecto. Vivió aún una vida insignificante, hasta que acabó siendo internada en un asilo administrado por religiosas. Nunca más se supo algo de ella.     

 



La sabiduría de los monasterios La Virgen de las Mercedes de Paita
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Tesoros de la Fe N°93 setiembre 2009


La Virgen de las Mercedes, Reina de Paita
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