Santoral
Santa Gema Galgani, Virgen
Gran mística del siglo XX, tenía visiones continuas de su Angel de la Guarda, que la amonestaba y aconsejaba como un hermano. Fue favorecida también por visiones de Nuestro Señor, recibiendo los estigmas de la Sagrada Pasión. Perseguida cruelmente por el demonio, fue librada algunas veces de sus garras por su Angel. Falleció a los 25 años de edad, después de muchos sufrimientos.
Fecha Santoral Abril 11 Nombre Gema
Lugar + Lucca - Italia
Vidas de Santos Santa Gema Galgani

Una joya del Cielo


De una pureza angelical y con una enorme devoción a la Santísima Virgen, esta joven participó, de modo místico, de prácticamente todos los actos de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo


Plinio María Solimeo


Santa Gema Galgani, que falleció a principios del siglo XX, a los 25 años, fue favorecida por toda suerte de carismas, como los estigmas de la Pasión, la corona de espinas, la flagelación y el sudor de sangre. Tuvo frecuentes éxtasis, espíritu de profecía, discernimiento de los espíritus y visiones de Nuestro Señor, de su Madre Santísima, de San Gabriel de la Virgen Dolorosa, y una increíble familiaridad con su ángel de la guarda. Fue constantemente atacada por el demonio, que se le aparecía con forma humana o de animales. Al fin, tuvo un desposorio místico con Nuestro Señor Jesucristo y murió como víctima expiatoria por los pecados del mundo. “Toda la vida de Gema fue en síntesis una vida de unión con Dios, de sufrimiento con Jesucristo y de celo ardiente por la salvación de las almas. En el trabajo y en el estudio, en la mesa y en las conversaciones, en el paseo y hasta en el sueño, Dios no se aparta un punto de su mente”.

Santidad, a pesar de todo y de todos

Gema nació en la aldea de Camigliano, cerca de Luca, en Toscana, el día 12 de marzo de 1878, hija de Enrico Galgani, farmacéutico del poblado, y Aurelia Landi. Ambos eran temerosos de Dios, caracterizándose ella por una notable piedad. Gema fue la cuarta de los ocho hijos del matrimonio y la primera niña.

Doña Aurelia, viendo la buena índole de su hija, quiso educarla personalmente en la piedad. Y la niña correspondió más allá de sus expectativas.

Gema a los siete años

Cierto día, por ejemplo, con apenas cuatro años de edad, se arrodilló delante de un cuadro del Corazón de María en la casa de la abuela paterna. Con las manitos juntas, quedó absorta rezando. La abuela, al pasar por el aposento, quedó encantada con el espectáculo, y corrió a llamar a su hijo para que también lo viese. Éste, después de haber contemplado detenidamente aquella oración, no encontró nada mejor que interrumpirla:

Gemita, ¿qué estás haciendo? —le preguntó.

Como quien sale de un éxtasis, la niña lo miró y respondió con la mayor seriedad:

Estoy rezando el Avemaría. Salid, que estoy en oración.

Desde sus primeros años, Gema quería ser santa y lo decía explícitamente. Ya más crecida, escribió: “A pesar de todo y de todos, he de ser santa”. Esta expresión muestra bien las contrariedades que ya entonces sufría.

Nuestro Señor ratificó aquel deseo, al afirmar: “Dentro de algunos años tú serás, por obra mía, santa, harás milagros y serás elevada a la honra de los altares”.

Sin nada, careciendo de todo bien material

Gema perdió a su madre cuando tenía siete años. Tal como hicieron otros santos, pidió a la Santísima Virgen que la sustituyera. A partir de ahí, su devoción a la Madre de Dios se volvió más tierna. Ella la invocaba siempre con el cariñoso apelativo de “mamá”.

Una inteligencia viva y memoria feliz hicieron con que Gema tuviera mucho éxito en los estudios, siendo generalmente la primera alumna de la clase. Cuando terminó el colegio, a la edad de dieciséis años, su padre se empeñó, a causa de sus éxitos, en que ella entrara en la universidad. Pero Gema aspiraba a entregarse totalmente a Nuestro Señor en alguna congregación religiosa.

En aquella época el padre de Gema, que había gastado mucho en la prolongada enfermedad de su esposa, no consiguió equilibrar más sus finanzas y acabó en la ruina, perdiendo todos los bienes. La familia cayó así en la más negra miseria. El buen hombre no soportó el golpe y sucumbió poco después. Gema afirma en su autobiografía: “Muerto papá, nos encontramos sin nada, careciendo absolutamente de medios de vida”.

La familia se dispersó, yendo cada hermano a casa de un pariente. Gema fue a la casa de un tío en Camaiore. En aquella localidad surgieron algunos pretendientes a su mano. Disgustada, resolvió volver entonces a su casa, a pesar de la miseria.

Santa Gema padeció muchos sufrimientos no sólo morales, sino también físicos, y tuvo que pasar por dos intervenciones quirúrgicas sin anestesia.

Casa de la familia Giannini

La virtuosa familia Giannini la recibió en su casa en los últimos años de su vida. Esta familia consideraba a Gema como una hija y la veneraba como santa, ocultando a los ojos del mundo los favores celestiales de que ella era cubierta. Gracias a Doña Cecilia, hermana del jefe de la familia, muchos éxtasis y otros favores celestiales de Gema fueron registrados.

Cuando Gema sintió necesidad de un director espiritual, el propio Nuestro Señor le encaminó a uno, mostrándoselo en una visión. Era el padre Germán de San Estanislao, virtuoso y prudente sacerdote que la guiará en sus últimos años, los más pródigos en favores sobrenaturales. Apenas cuatro años después de su muerte, publicará una biografía de la santa y también su Autobiografía. Esto ayudó enormemente al proceso de beatificación.

Santa Gema y su ángel de la guarda

P. Germán de San Estanislao

Gema veía constantemente a su ángel de la guarda, que la guiaba y reprendía cuando era necesario. Ella le confió a su director: “Jesús no me deja estar sola un instante, pero hace con que esté siempre en mi compañía el ángel de la guarda”. Éste le afirma: “Yo seré tu guía seguro y tu inseparable compañero”. En su inocencia ella pensaba que todo el mundo veía a su propio ángel de la guarda, principalmente las criaturitas inocentes. Fue sólo poco a poco que se persuadió que eso no era así.

Ella veía a su ángel unas veces en adoración a la soberana Majestad; otras, extendiendo sus manos sobre ella en señal de protección; en el acto de defenderla contra los ataques del demonio; arrodillado junto a ella, sugiriendo los puntos de meditación; o simplemente sentado a su lado, dándole buenos consejos.

Nuestro Señor quería de ella un desapego total de todas las cosas. Cierta vez en que debía ir al palacio arzobispal para recibir la medalla de oro que había merecido en el curso de catequesis, su tía quiso vestirla mejor. Gema hasta consintió en llevar al cuello una cadenita con una cruz y un reloj de oro, recuerdo de su madre. Cuando volvió a casa e iba a cambiarse de ropa, vio a su lado al ángel de la guarda, que la miraba con aire severo:

Acuérdate que no deben ser otros que las espinas y la cruz las joyas que adornan a la esposa de un Rey crucificado.

Gema lanzó lejos de sí aquellos adornos, y prosternándose en el suelo, en lágrimas, tomó la siguiente resolución: “Por amor a Jesús y para sólo agradarle a Él, me propongo nunca llevar objetos de vanidad, ni siquiera hablar de ellos”. Y afirma en su Autobiografía: “Desde aquel día no volví a poseer ninguna de esas cosas”. Era la fidelidad total a la vía para la cual Dios la llamaba.

Familiaridad con su ángel de la guarda

Otro día, anota en su diario: “El ángel de la guarda, que se muestra bastante severo en reprenderme, me dijo: ‘Hija mía, acuérdate que cada vez que faltas a la obediencia cometes un pecado. ¿Por qué eres tan remisa en obedecer al confesor? Acuérdate que no hay camino más corto y seguro para llegar al Cielo que el de la obediencia’”. El confesor le había mandado escribir las gracias espirituales que había recibido, y en su humildad ella tenía mucho escrúpulo en hacerlo.

Así, hasta las ligeras negligencias de Gema en el servicio divino encontraban en su ángel de la guarda un censor riguroso. Éste desaparecía por algún tiempo o le mostraba su aspecto severo, se negaba a dirigirle la palabra o incluso le dirigía duras amonestaciones, llegando a veces a imponerle algún castigo.

Autobiografía de la santa, que el demonio intentó quemar

También le decía lo que ella debía hacer para su progreso espiritual. Por ejemplo: “Se sentó junto a mí y me dijo: ‘¿Por qué le das a Jesús este disgusto de no meditar todos los días sobre la Pasión?’”. Era verdad, reconoce ella. Se acordó que la meditación sobre la Pasión, no la hacía sino a los jueves y viernes. “Debes hacerla todos los días, no te olvides”. Él también la incentivaba en el camino de la virtud: “Es por la excelsa perfección de tu virginidad que Jesús te concede tantas gracias”. En efecto, ella era de una pureza angelical. En las varias intervenciones quirúrgicas a que tuvo que someterse, era tal su recato, que llamaba la atención de los médicos. Unos la tomaban por santa, y los impíos la consideraban “fanática”.

Gema nunca salía sola a la calle. Cuando no había alguien de la familia que la pudiera acompañar, su ángel de la guarda se ofrecía para ser su visible compañero. Tenía tanta familiaridad con él, que llegaba incluso a pedirle que llevara la correspondencia a su director espiritual y trajera la que él tenía para ella.

Devoción a la Medianera de todas las gracias

Su devoción a Nuestra Señora, como ya lo dijimos, era tierna y filial. La Madre de Dios se le aparecía los sábados, generalmente como Mater Dolorosa, y le comunicaba algún detalle de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Otras veces se aparecía con el Niño Jesús, entregándoselo para que ella lo cubriese de caricias.

Cuando Gema se veía atascada en aquello que juzgaba el “abismo de sus pecados”, y no tenía animo de dirigirse directamente a Nuestro Señor, recurría a la Medianera de todas las gracias: “Madre mía, tengo miedo de ir en búsqueda de Jesús sin Vos, porque, aunque Él es misericordioso, sé que cometí muchos pecados, y sé también que Jesús es justo en el castigo. Os pido una cosa grande, ¿no es verdad, Madre mía? ¿Pero qué he de hacer, si lo que perdí por mis pecados no lo encuentro sino por vuestra mediación? Además, poco es lo que os pido en relación a lo mucho que podéis hacer por mí”.

Gema falleció el Sábado Santo, 11 de abril de 1903, y fue canonizada por Pío XII el 2 de mayo de 1940.     


Fuente.-

* P. Basilio de San Pablo, Santa Gema Galgani, Editorial Litúrgica Española, Barcelona, 1948. Todas las citas del presente artículo son de esta obra, incluso aquellas extraídas de las obras de Santa Gema Galgani.



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Tesoros de la Fe N°64 abril 2007


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