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«Tesoros de la Fe» Nº 5 > Tema “Más sobre Fátima”

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No endurezcamos nuestros corazones a la voz de Fátima


En mayo de 1944, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira publicó en las páginas de «Legionario», por entonces órgano oficioso de la Arquidiócesis de São Paulo (Brasil), un admirable artículo, del cual destacamos los siguientes trechos, enteramente aplicables a nuestros días, y que constituye un penetrante análisis del Mensaje de Fátima. El 85º Aniversario de las apariciones ofrece una ocasión propicia para dar a conocer a nuestros lectores ese texto, en el cual trasparece el espíritu de Fe, la amplitud de horizontes y la sabiduría del inolvidable Fundador de Tradición Familia Propiedad.


Plinio Corrêa de Oliveira (1908 - 1995), autor del renombrado opúsculo «Revolución y Contra-Revolución», incansable apóstol de Fátima

Hace cerca de 30 años, la primera conflagración mundial caminaba hacia su fin. Contenido el ímpetu inicial de la invasión teutónica, los franceses se disponían a reconquistar el territorio perdido. Para los políticos de mayor proyección y para los observadores militares, ya no era dudoso el éxito final de la lucha. Toda la estrategia alemana se había basado en la esperanza del triunfo de la blitzkrieg [carga rápida]. La primera carta se jugaría con inmensas posibilidades de éxito. Pero era la única. Los alemanes la habían perdido. El resto, para los aliados, era apenas cuestión de tiempo. Los financistas, los sociólogos, los politiqueros, ya comenzaban su barullo de antecámaras y bastidores, para saber cómo el mundo se reorganizaría en la post-guerra. Y esto mientras en los campos de batalla la lucha aún estaba encendida, y los cañones germánicos tronaban no muy lejos de París.

“Ese barullo tenía real importancia. Tenía, inclusive, mucho más importancia que el tronar de los cañones. En los campos de batalla, se liquidaba una guerra ya decidida in radice [en su raíz]. En realidad, en los gabinetes, no se liquidaba una guerra, sino que se elaboraba una nueva era. El futuro ya no estaba en los nidos de las ametralladoras, sino en los pourparlers [tratativas] de los peritos y de los técnicos.

“Cuando apenas comenzaban a delinearse, tímidamente, las primeras líneas de ese mundo nuevo, se verificó uno de los hechos más considerables de la Historia contemporánea. En nuestro mundo son muchos los escépticos que no creen en ese hecho. Los que no son escépticos son tímidos, y no osan proclamar los hechos en que creen. Unos por falta de Fe, otros por falta de coraje, no osan incorporar a la Historia contemporánea ese acontecimiento. Pero los más graves motivos en que la inteligencia humana puede basarse ahí están patentes, para testimoniar que Nuestra Señora bajó de los Cielos a la Tierra, y que manifestó a tres pequeños pastores de un rincón ignorado y perdido del pequeño Portugal, las condiciones verdaderas, los fundamentos indispensables para la reorganización del mundo. Oído ese mensaje, la humanidad encontraría verdaderamente la paz. Negado, ignorado ese mensaje, la paz sería falsa y el mundo inmergiría en una nueva guerra. La guerra vino. La guerra ahí está. Se piensa ahora, como hace treinta años atrás, en reorganizar nuevamente el mundo. Ningún momento es más oportuno que éste, para recordar la aparición de Nuestra Señora en Fátima. ...

*     *     *

“Hágase una prueba: tómense a varios niños por separado, y mándeseles que imaginen, a título de composición literaria, una aparición de Nuestra Señora, describiendo su semblante, su traje, sus expresiones fisonómicas, sus gestos, recogiendo sus palabras, ¿qué saldría de todo esto? ¡Cuánta cosa infantil, cuánta concepción grotesca, cuánto pormenor francamente ridículo! El nivel de instrucción de los niños de Fátima era incomparablemente inferior al de un niño de ciudad. No conocían ellos ni teatros ni cines; no habían visto tampoco libros con figuras representando a reinas, damas de corte de tiempos antiguos, etc. No tenían, pues, otra idea de belleza, elegancia, distinción, que la que llegaba hasta ellos —¡y cuán pobremente!— a través de los tipos femeninos que veían alrededor de sí en la aldea. No poseían la menor noción de la belleza propia a los diversos coloridos y a sus respectivas combinaciones. Todo esto no obstante, a la Señora que se les aparece, la describen con pormenores suficientes para ver que era una figura de sublime belleza, vestida con una rara majestad y simplicidad. Señora, dígase de paso, tan diferente de todo cuanto ellos conocían en materia de imágenes, que no sospecharían que fuese Nuestra Señora, y ni siquiera una santa. Fue sólo cuando la Señora se identificó, que supieron con quién trataban.

“Esa Señora les dijo cosas muy elevadas. Les habló de la guerra, les habló del Papa (que Jacinta, la menor, no sabía que existiese), les habló... de política y de sociología. ¡Y esos niños repiten el mensaje con una fidelidad extraordinaria!

“Realmente, como dice la Escritura, Dios toma para Sí, de la boca de los niños, una alabanza perfecta.

*     *     *

“Es el momento de considerar ahora el mensaje. Antes que nada, notemos que él es de una pureza de doctrina absoluta. No es fácil inventar un mensaje de esa rectitud. ... Ahora bien, todas, absolutamente todas las palabras de la Señora a los pequeños pastores son de una ortodoxia absoluta. Tratando temas complejísimos, Ella ni una sola vez yerra en doctrina. Positivamente, esto no podría ser invención de tres pastorcitos.

“Pero hay más. El mensaje de la Señora, que sobrevino precisamente en el momento crucial en que se preparaba la post‑guerra, despreciando las manifestaciones aparatosas de falso patriotismo y de cientificismo de los ‘técnicos’, colocó con gran simplicidad todas las cosas en sus términos únicos y fundamentales. La guerra fue un castigo al mundo, por su impiedad, por la impureza de sus costumbres, por su hábito de transgredir los domingos y días santos. Resuelto esto, todos los asuntos se resolverían por sí. No resuelto esto, todas las soluciones no resolverían nada... Y si el mundo no oyese la voz de la Señora, si él no respetase esos principios, una nueva conflagración vendría, precedida de un fenómeno celeste extraordinario. Y esa conflagración sería mucho más terrible que la primera.

*     *     *

“Se reunieron los técnicos —que hoy son los reyes de la tierra, juntamente con los banqueros— et convenerunt in unum adversus Dominus [y convergieron al unísono contra el Señor]. Construyeron una paz sin Cristo, una paz contra Cristo. El mundo se hundió aún más en el pecado, a despecho del mensaje de Nuestra Señora.

“En Fátima, los milagros se multiplicaban por decenas, por centenas, por millares. Ahí estaban ellos, accesibles a todos, pudiendo ser examinados por todos los médicos de cualquier raza o religión. Las conversiones ya no tenían número. Y, todo esto no obstante, nadie daba oídos a Fátima. Unos dudaban sin querer estudiar. Otros negaban sin examinar. Otros creían pero no tenían el coraje de decirlo. La voz de la Señora no se oyó. Pasaron más de veinte años. Un bello día, extrañas señales se vieron en el Cielo... era una aurora boreal, noticiada por todas las agencias telegráficas de la Tierra. Del fondo de su convento, Lucía escribió a su Obispo: era la señal, y en breve la guerra vendría. La guerra vino en breve. Ella está ahí, y hoy se cuida nuevamente de reorganizar el mundo, en los últimos lances de esta lucha potencialmente ya vencida.

*     *     *

“Si vocem ejus hodie audieritis, nolite obdurare corda vestra si hoy oyereis su voz, no endurezcáis vuestros corazones, dice la Escritura. Al inscribir la fiesta de Nuestra Señora de Fátima en el rol de las celebraciones litúrgicas, la Santa Iglesia proclama la perennidad del mensaje de Nuestra Señora dado al mundo a través de los pequeños pastores. El día de su fiesta, una vez más la voz de Fátima llegó a nosotros: no endurezcamos nuestros corazones, porque sólo así habremos encontrado el camino de la paz verdadera (Legionario, 14-05-1944).     





  




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