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«Tesoros de la Fe» Nº 250

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A la reina Isabel II del Reino Unido

(1926-2022)

“Esplendor y recogimiento”

Con estas palabras el diario parisino “Le Figaro” resumió los funerales de la reina Isabel II

El pueblo británico, la Commonwealth y gran parte del mundo también, llora a consecuencia del fallecimiento de la soberana inglesa el pasado 8 de setiembre —fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen—, porque se ha apagado una estrella de primera magnitud, dejando al mundo menos luminoso.

En homenaje a la reina Isabel II, transcribimos extractos de un célebre artículo de Plinio Corrêa de Oliveira publicado en la revista “Catolicismo” (edición de junio de 1953), bajo el título: ¿Por qué nuestro mundo pobre e igualitario se entusiasmó con el fasto y la majestad de la coronación?

El autor destaca el hecho de que —a pesar del espíritu igualitario, que ha contagiado al mundo entero a lo largo de un proceso revolucionario de cinco siglos— cualquier cosa que gire en torno a reyes y reinas, príncipes y princesas, coronas y tronos, palacios y castillos toca lo más profundo del alma de casi todas las personas: las cautiva, las eleva y las entusiasma.

*     *     *

En todos los ámbitos de la vida moderna se manifiesta la influencia avasalladora del espíritu de igualdad. Otrora, la virtud, la cuna, el sexo, la educación, la cultura, la edad, la profesión, el patrimonio y otras circunstancias modelaban y matizaban la sociedad humana con una variedad y una riqueza de mil relieves y coloridos.

Pero en nuestros días no existe, por así decirlo, una sola transformación que no tenga por efecto una nivelación, que no favorezca directa o indirectamente la marcha de la sociedad humana hacia un estado de cosas absolutamente igualitario.

Ahora bien, mientras este huracán sopla con una fuerza sin precedentes, en pleno desarrollo de este inmenso proceso mundial, una reina es coronada según ritos inspirados en una mentalidad absolutamente antiigualitaria.

Este hecho no irrita, no provoca protestas, y por el contrario es recibido con una inmensa ola de simpatía popular. El mundo entero festejó la coronación de la joven soberana inglesa, casi como si las tradiciones que ella representa fueran un valor común a todos los pueblos. De todas partes afluyeron a Londres personas deseosas de disfrutar de un espectáculo tan antimoderno. Frente a los televisores se aglomeraron, ávidos y sedientos de ver la ceremonia, hombres, mujeres y niños de todas las naciones y lenguas.

¿Cómo explicar el estremecimiento de júbilo, la renovación de las esperanzas de un porvenir mejor, las manifestaciones apoteósicas, las aclamaciones sin fin, de los días de la coronación?

Existe en la naturaleza humana una tendencia profunda, permanente y vigorosa hacia lo que es gala, honras y distinción, y a la que el igualitarismo moderno comprime, generando una nostalgia profunda que explota cada vez que encuentra una ocasión para hacerlo.

Pero, alguien dirá, ¿no sería conveniente modernizar todos estos símbolos, actualizar todas estas ceremonias? ¿Por qué conservar ritos, fórmulas, trajes del más remoto pasado?

La pregunta resulta de un simplismo primario. Los ritos, las fórmulas, los trajes, para expresar situaciones, estados de espíritu, circunstancias realmente existentes, no pueden ser creados o reformados bruscamente y por decreto, sino gradualmente, lentamente, en general imperceptiblemente, por la acción de la costumbre.

Sin embargo, hay que añadir que el simple hecho de que un rito o símbolo sea muy antiguo no es razón para abolirlo, sino más bien para conservarlo. El verdadero espíritu tradicional no destruye por destruir. Por el contrario, lo conserva todo, y solo destruye aquello en que existan razones reales y serias para destruirlo. Porque la verdadera tradición no es una esclerosis, una fijación rígida en el pasado y, mucho menos aún, una negación constante de este.

Ahora bien, es precisamente con esta tradición que el mundo contemporáneo ha roto, para adoptar un progreso nacido, no del desarrollo armonioso del pasado, sino de los tumultos y de los abismos de la Revolución Francesa. En un mundo nivelado y paupérrimo en símbolos, reglas, modales, compostura, en todo lo que significa orden y distinción en la convivencia humana.

El hombre contemporáneo, herido y maltratado en su naturaleza por todo un tenor de vida construido sobre abstracciones, quimeras, teorías vacías, en los días de la coronación se volvió embelesado, instantáneamente rejuvenecido y reposado, al espejismo de aquel pasado tan diferente del terrible presente. No tanto por nostalgia del pasado, sino por ciertos principios del orden natural que el pasado respetaba, y que el presente viola a cada momento. Esta es, a nuestro juicio, la explicación más profunda y más real del entusiasmo que embargó al mundo durante las fiestas de la coronación.



  




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