El Perú necesita de Fátima Los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas; por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará.
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«Tesoros de la Fe» Nº 242

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San Francisco de Fátima

Una semilla del Reino de María

Marcos Luis García

Todo parece indicar que el motivo principal de las apariciones de la Virgen en Fátima, Portugal, en 1917, fue proclamar el triunfo de su Inmaculado Corazón. Dios, en sus inescrutables designios, habría permitido que Ella viniera a la tierra para anunciar la fundación de una civilización, cuya catolicidad, fervor y belleza será superior a la que surgió en la época medieval después de la conversión de los pueblos bárbaros.

En efecto, una era totalmente mariana, el Reino de María, ha sido asegurada a los hombres por el mismo Dios, en el acto de la expulsión de Adán y Eva del paraíso terrenal, cuando afirmó que la Santísima Virgen aplastaría la cabeza del demonio. El comienzo de esta nueva Edad Media de la fe también fue profetizado por san Luis María Grignion de Montfort, en su famoso Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen.

Ese momento llegaría con la conversión de la humanidad, obrada por la Santísima Virgen. Pero para esto es necesario atender cabalmente los pedidos formulados por la Madre de Dios en la Cova de Iria, y en su posterior aparición a la hermana Lucía en el convento de las religiosas doroteas en Tuy (España). ¿Cuáles fueron sus pedidos? Que los católicos recen diariamente el santo rosario; que cambien de vida y hagan penitencia por sus pecados; y que practiquen la comunión reparadora los primeros sábados durante cinco meses consecutivos.

La Virgen también dirigió una petición al Papa, para que en unión con todos los obispos del mundo consagrara a Rusia (el nombre de este país fue explícitamente mencionado) al Inmaculado Corazón de María. Si se cumplían estos pedidos, la Santísima Virgen prometía no solo la conversión de los hombres sino también la de Rusia, reconduciéndola al seno de la Iglesia Católica y destruyendo el comunismo que se instauraría allí unos pocos meses después del profético anuncio.

Plena correspondencia a la gracia divina

Estos antecedentes arrojan luces sobre la santidad de san Francisco de Fátima. Una vez preparado espiritualmente por el Ángel de Portugal en 1916, reunía las condiciones exigidas por Nuestra Señora para verla. De hecho, el 13 de mayo de 1917 se le apareció por primera vez, al igual que a su hermana Jacinta y a su prima Lucía.

Durante la aparición, después que Lucía escuchó a la Virgen decir que venía del cielo, prosiguió el siguiente diálogo entre ellas:

—¿Yo también iré al cielo?

—Sí, vas a ir.

—¿Y Jacinta?

—También.

—¿Y Francisco?

—También, pero tiene que rezar muchos rosarios.

La hermana Lucía escribió que, al final de la aparición, la Virgen “abrió las manos por primera vez, comunicándonos una luz tan intensa como el reflejo que de ellas se expandía. Esta luz nos penetró en el pecho hasta lo más íntimo de nuestra alma, haciéndonos ver a nosotros mismos en Dios, que era esa luz, más claramente que lo que nos vemos en el mejor de los espejos. Entonces, por un impulso interior, también comunicado, caímos de rodillas y repetimos interiormente: —‘Santísima Trinidad, yo Te adoro. Dios mío, Dios mío, yo te amo en el Santísimo Sacramento’”.

En ese momento, Francisco no escuchó lo que la Virgen dijo, pues solamente la veía. Por eso, no se enteró inmediatamente de que Ella pronto lo llevaría al cielo, con una condición: “rezar muchos rosarios”. A pesar de su “deuda” con la Madre de Dios, Ella no dejó de envolverlo en aquella luz sobrenatural con la que había inundado las almas de su hermana Jacinta y de su prima Lucía. El caso es que Francisco respondió con un sí tan completo a la Virgen, que a partir de aquel momento se produjo en él una conversión total.

Casa de la familia Marto, donde nacieron Francisco y Jacinta

La muerte de un gran santo

En la narración de la hermana Lucía sobre las apariciones, no queda claro si la razón por la que Francisco no escuchaba a la Virgen era alguna mancha en su alma, aunque esta no le había impedido recibir la sagrada comunión del Ángel de Portugal. Al parecer, se trataría de una mancha venial, no mortal. Aun así, necesitaría rezar muchos rosarios para entrar al cielo, pues la puerta del cielo es estrecha, como consta en el Evangelio.

Francisco aceptó su penitencia, se humilló y llevó a cabo a la perfección lo que la Virgen le había pedido: rezó muchísimos rosarios. Cabe recordar que poco antes de su muerte, le preguntó a Lucía si podía recordar alguna falta que él hubiera cometido. Ella se acordó de una y se la contó. Luego le pidió a Lucía que le hiciera la misma pregunta sobre él a Jacinta, que estaba enferma en la habitación contigua.

Ese afán por humillarse para purificarse es una clara señal de un alma verdaderamente santa. Fue con estas excelentes disposiciones que Francisco expiró en una inmensa placidez.

Cómo adquirir la mentalidad de María

Al analizar la mirada de Francisco [ver fotografía al lado], se observa un altísimo grado de discernimiento místico de Dios y de otros aspectos de la vida. En otras palabras, Francisco fue como que modelado según el Inmaculado Corazón de María, asumiendo la mentalidad de la Virgen. Se puede conjeturar que en él se haya producido el fenómeno del intercambio de corazones con la Virgen, como ocurrió entre santa Gema Galgani y Nuestro Señor. Sin embargo, esto no explicaría por completo la expresión de la mirada de Francisco. En la tercera de las apariciones de Fátima, los videntes contemplaron una visión del infierno, por lo que vieron a muchas almas caer en él. La hermana Lucía afirmó más tarde que su primo fue quien menos se impresionó con aquella visión aterradora, que marcó indeleblemente las almas de los tres pastorcitos.

En la mirada de Francisco parece existir un fondo de gran preocupación, aunque lleno de confianza. ¿Acaso la Virgen no le hizo presentir o de alguna manera misteriosa incluso prever, la tremenda crisis por la que pasaría la Santa Iglesia? Quizá la crisis actual sea la peor de toda su historia, y también de la civilización cristiana. Si la Santísima Virgen esclareció a Jacinta en este sentido, ¿por qué no lo pudo haber hecho también con Francisco? Creo que no es descabellado plantear tal hipótesis.

Esto podría arrojar luces sobre el gran empeño de Francisco en consolar a Nuestro Señor presente en el Sagrario; es decir, a Jesús escondido, según la expresión de los pastorcitos. A menudo se recogía durante largos períodos para consolar a Nuestro Señor Jesucristo, en contraste con una inmensa gama de católicos que solo buscan a Dios y a su Santísima Madre para pedir y recibir, pero casi nunca para dar y agradecer. De esta manera estaría atendiendo a la queja que Nuestro Señor hizo a sor Josefa Menéndez, lamentándose de permanecer horas y horas en el Sagrario, como un prisionero, esperando que alguien le diera una limosna de amor.

El admirable itinerario de Francisco desde su conversión hasta alcanzar la más alta santidad, ¿no constituye un reflejo de la transformación que la Santísima Virgen obrará en las almas de los católicos con el triunfo de su Inmaculado Corazón?

Por otra parte, la santidad alcanzada por Francisco confirma la veracidad de las apariciones y del Mensaje de Fátima. Nadie se convierte en santo sobre la base de una mentira. Por lo tanto, parece razonable admitir que Francisco sea una semilla del Reino de María, así como un intercesor para que obtengamos las gracias necesarias de entera fidelidad a la Santa Iglesia, a la Santísima Virgen y a Dios Nuestro Señor en este siglo de inmensos y permanentes pecados.

Imitemos a Francisco de Fátima. Demos absoluto crédito al Mensaje de la Virgen. Atendamos cumplidamente a cuanto nos ha pedido. Hagamos de su Mensaje nuestro ideal, y así nos transformaremos en semillas de triunfo para el Inmaculado Corazón de María. ¿Existe acaso una posibilidad mayor de realizar un altísimo ideal que agrade tanto a Dios? Pidamos a san Francisco de Fátima esta gracia tan preciosa.



  




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