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«Tesoros de la Fe» Nº 236

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El milagro del Vístula y la Asunción de la Virgen

Los dolores de la Santísima Virgen se representan con espadas clavadas en su corazón, y el dogma de la Asunción evoca su triunfo sobre tantos sufrimientos. En la fiesta de la Asunción, el 15 de agosto, una renovación de este triunfo fue la victoria de una Polonia católica sobre los ejércitos soviéticos, un milagro cuyo centenario se conmemoró recientemente.

Luis Dufaur

Dormición y Asunción de la Virgen, Fra Angélico, s. XV – The Isabella Stewart Gardner Museum, Boston

La Asunción de la Virgen fue confirmada como dogma de fe por el Papa Pío XII, en la Constitución Apostólica Munificentissimus Deus, el 1º de noviembre de 1950.1 Esta verdad había sido profesada desde el tiempo de los apóstoles, sus testigos oculares, que la relataron a sus sucesores. El dogma sitúa a la Santa Madre de Dios por encima de todas las criaturas, incluso de las canonizadas, justificando el culto de hiperdulía que la Iglesia le tributa.

Después de una suavísima muerte, descrita como “la dormición de Nuestra Señora”, la Santísima Virgen se elevó, como quien sale de un sueño, en una transición operada por el poder de Dios, y subió al cielo en presencia de los apóstoles y de los fieles reunidos a su alrededor. La glorificación y la alegría por este privilegio, sin parangón hasta el fin del mundo, solo fueron superados por la triunfante Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo.

Cómo imaginar el esplendor de la Asunción

María Santísima fue elevada al cielo, rodeada del respeto y el recogimiento de los presentes, ante los que se acentuaba cada vez más su parecido con su Divino Hijo. El esplendor de Nuestro Señor transfigurado se le comunicaba, haciéndola relucir cada vez más como Reina y Madre, hasta desaparecer de los ojos humanos. Al mismo tiempo, el cielo se transformaba, porque su Reina entraba en él triunfante.

Poco después, todo retomó su rutina normal en la tierra, pero los primeros católicos volvieron a sus casas con una sensación similar a la que habían sentido en la Ascensión de Nuestro Señor. Quedaron maravillados, con enorme nostalgia, llevando en sus retinas algo que ni siquiera podían haber imaginado con respecto a la Virgen.

En el momento de la Asunción traspareció la alegría y la victoria sobre los dolores indecibles que María sufrió durante su vida, como se lo había anunciado el profeta Simeón: “Una espada te traspasará el alma” (Lc 2, 35). El profesor Plinio Corrêa de Oliveira se regocija con esta arquitectonía del dolor transformado en alegría eterna: “La Virgen está representada con el corazón rodeado de espadas espirituales, que representan a su alma herida por la espada del dolor, de la que habló el profeta Simeón. Me gustaría ser pintor para representar a la Virgen subiendo al cielo, con su corazón herido al descubierto, pero saliendo de esa espada las más hermosas luces que se puedan imaginar. Porque su gran alegría fue haber soportado los tormentos y haber ganado todas las batallas”.2

Glorificación en el cielo y nuevos triunfos en la tierra

Después de haber pasado por toda suerte de sufrimientos, angustias, dilaceraciones y humillaciones, la santa Madre de Dios fue honrada por su Divino Hijo con la Asunción, un privilegio único en la historia del mundo. La glorificación de María deja eclipsada la de los césares victoriosos aclamados en la Vía Triunfal de Roma, la de los ejércitos aliados desfilando bajo el Arco del Triunfo de París y la de cualquier otra exaltación humana. Por lo tanto, su gloria en el orden del universo es el más alto reflejo creado del supremo resplandor de Dios.

Mons. Achille Ratti, Nuncio Apostólico en Polonia (1919-21), el futuro Papa Pío XI (1921-39).

En atención a esta victoria, el católico debe llevar hasta el último extremo su combatividad por la glorificación de la Corredentora del género humano, y luchar como un cruzado por su reinado en la tierra. Plinio Corrêa de Oliveira también hace estos comentarios: “Algo de la magnificencia luminosa de la Asunción se repetirá cuando comience el Reino de María. Entonces veremos al mundo entero transformado, y a la Santísima Virgen brillando sobre la tierra; porque su reinado entrará en vigor, y comenzarán unos maravillosos días de gracia como nunca antes”.3

Después de la Asunción, la Santísima Virgen no volvería a estar en la tierra, sino que comenzó su gran misión desde el cielo. Estableció una misteriosa comunicación con sus devotos, especialmente con aquellos que se consagraron a Ella con amor, valentía, constancia y fe, virtudes recomendadas por san Luis María Grignion de Montfort. Estas virtudes son necesarias sobre todo frente al neopaganismo moderno, un monstruo apocalíptico que intenta tiranizar a los fieles, privándolos del apoyo terrenal, para arrastrar consigo a un gran número de tibios e interesados.

El milagro del Vístula: la victoria sobre el comunismo

El año 2020, la Iglesia conmemoró el centenario de un ejemplo característico de la acción de Nuestra Señora de la Asunción en favor de los fieles: el “milagro del Vístula”, ocurrido en agosto de 1920 (treinta años antes de la proclamación del dogma mariano).

El milagro del Vístula (agosto de 1920), Jerzy Kossak, 1930.

Cuatro cuerpos del ejército de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) comunista avanzaban contra la capital de la católica Polonia. En la orden dada a sus soldados, el 4 de julio de 1920, el general bolchevique Mijail Tujachevsky fue lapidariamente claro: “En el camino hacia la conflagración mundial comunista, hay que pasar por encima del cadáver de Polonia”.4 En Moscú, Lenin exigía ferozmente la “revolución mundial” y la aniquilación del “obstáculo polaco”. Y los soldados comunistas coreaban: “Esta es nuestra última y decisiva batalla. Surgirá la nueva raza humana”.

Las revoluciones marxistas estallaban en una Europa occidental arruinada por la Primera Guerra Mundial; los principales medios de comunicación anunciaban falsamente que los rusos ya eran dueños de Varsovia; los embajadores occidentales huían de la capital (a excepción del Nuncio Apostólico, Mons. Achille Ratti, el futuro Papa Pío XI); los expertos militares occidentales daban la situación por perdida; y la confluencia de las huestes rusas con las masas subversivas europeas parecía un hecho inevitable.

Mariscal Józef Piłsudski (1867-1935)

El Papa Benedicto XV envió un llamamiento al mundo católico, pidiendo oraciones a Nuestra Señora de Czestochowa (Patrona de Polonia) y a la Madre del Buen Consejo, por esta nación amenazada con naufragar en su propia sangre, perseguida por el Ejército Rojo. Y el periódico socialista italiano Avanti se burlaba del Papa, difundiendo sarcásticamente: “¡Calma! ¡El Pontífice romano cree en la eficacia de la Virgen!”.5

En Polonia, los ancianos, las mujeres, los adolescentes y los heridos, prosternados en las iglesias, en las calles y en las plazas, multiplicaron sus súplicas al Santísimo Sacramento y a la Virgen María. La desproporción de fuerzas era evidente y solo un milagro podría evitar la catástrofe. Sin embargo, una intuición corría de boca en boca, sin conocer su origen: el 15 de agosto, fiesta de la Asunción de Nuestra Señora, la Virgen operaría el milagro.

A pesar de las tendencias socialistas del mariscal Józef Piłsudski (1867-1935), le correspondió librar la guerra contra los soviéticos. Al darse cuenta de que se había abierto una brecha en la línea ofensiva del enemigo, emprendió una maniobra desesperada y muy atrevida: retiró de Varsovia las tropas con capacidad de combate que la defendían y llenó las trincheras llamando a todos los que podían empuñar un arma, aunque no supieran utilizarla. Además de las mujeres, los ancianos y los heridos, los scouts se destacaron en este escenario de la batalla, muriendo en gran número en el combate cuerpo a cuerpo contra soldados experimentados y crueles.

Con el destacamento que había retirado de Varsovia, el mariscal Piłsudski cruzó la brecha sin ser notado. Tal vez sin recordar el significado de ese gran día, el 15 de agosto, fiesta de la Asunción, asestó el golpe decisivo contra los ejércitos soviéticos. Después de un giro peligroso, los atacó por sorpresa, en una maniobra envolvente. La coincidencia de fechas entusiasmó a los polacos, que infligieron a los comunistas una derrota de la que nunca se recuperarían, y se culminó posteriormente en sucesivas batallas. Se asegura que algunos soldados soviéticos vieron a la Virgen de Czestochowa aparecer por encima de las nubes.

La batalla está considerada como una de las más importantes de la historia universal. Lenin, el despótico padre de la URSS, lamentó en Moscú la “enorme derrota”, que redujo la supremacía de la revolución bolchevista a un solo país, Rusia. El sueño de la “revolución mundial” se hizo añicos, porque el propio Lenin consideraba que para que el “experimento socialista” funcionara, debía ser universal. El 24 de agosto, el embajador británico Sir Horace Rumbold (1869-1941) llegó a Poznan, Alemania, procedente de Varsovia. Sorprendido por el revés de las armas, comentó: “Es una repetición de la derrota de los turcos bajo los muros de Viena en 1683”.6

Durante el funeral del mariscal Piłsudski, el 12 de mayo de 1935, el cardenal primado de Polonia, August Hlond, declaró: “La victoria del heroico ejército polaco, llamada el ‘milagro del Vístula’, fue tan importante como Lepanto y Viena”.7 El Papa Pío XI, hablando de la Madre de Dios, se refirió al “milagro del Vístula”, resumiéndolo con estas palabras: “El ángel de las tinieblas libró una gigantesca batalla contra el ángel de la luz”.8 Las fuerzas armadas polacas adoptaron a Nuestra Señora de la Asunción como su principal patrona.

Los delegados soviéticos llegan a las negociaciones del armisticio, después de la humillante derrota comunista en la batalla del Vístula en 1920

La Asunción y la glorificación de la Iglesia

Concluimos con otro oportuno y valioso comentario del profesor Plinio Corrêa de Oliveira a sus amigos y discípulos:

“Después de la Ascensión de Nuestro Señor, el hecho más espléndidamente glorioso de la historia humana fue cuando Nuestra Señora subió al cielo ante los ojos humanos. Por su carácter ordenador, solo es comparable al día del Juicio Final. En la fiesta de la Asunción debemos desear la instauración del Reino de María, por así decirlo, la asunción de la Iglesia católica. Y desear también que la tristeza y la espada de dolor que traspasaron el Inmaculado Corazón de María nos preparen para comprender la inmensa alegría de esta victoria, que refulge con la mayor hermosura desde los tiempos apostólicos.

“En la fiesta de la Asunción debemos pedirle a la Virgen que se fije en nuestras faltas y nos conceda el perdón, para que podamos atravesar nuestra época con la certeza de que cuanto más profunda sea la tristeza, mayor será la alegría que tendremos después, en la aurora del Reino de María, Asunta a los cielos”.9  

 

Notas.-

1. http://www.vatican.va/content/pius-xii/pt/apost_constitutions/documents/hf_p-xii_apc_19501101_munificentissimus-deus.html.

2. Conferencia del 15 de agosto de 1966.

3. Conferencia del 14 de agosto de 1965.

4. Devocionário e novena a Nossa Senhora da Defesa, Ediciones Loyola, Sao Paulo, 2003, p. 67.

5. http://casaggi.blogspot.com/2011/09/cosi-leuropa-fu-salvata-dallarmata.html.

6. Devocionário..., p. 68.

7. Id. ibid.

8. http://sunday.niedziela.pl/artykul.php?dz=z_historii&id_art=00072.

9. Conferencia del 14 de agosto de 1963.



  




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