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«Tesoros de la Fe» Nº 32 > Tema “Iglesia Católica”

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¿Por qué la Iglesia Católica es la única verdadera?


PREGUNTA


Soy católica, pero últimamente he pensado en algunas cosas que desearía aclarar. Dicen que la Iglesia Católica surgió en el momento en que el Espíritu Santo bajó sobre los Apóstoles. Creo que ésta es una interpretación de la Iglesia Católica. Quisiera saber si hay una afirmación concreta en la que Jesús haya dicho que Ella es la verdadera y la única que salva. Basándose en textos bíblicos, naturalmente. Pues el mismo Jesucristo enseñó: Si dos o más personas se reúnen en mi nombre, yo estaré presente. No necesariamente en la Iglesia Católica, sino en cualquier buen lugar edificado en que se hable en su nombre.

Por este y otros pasajes, creo que la Iglesia Católica es la casa del Señor; pero no solamente Ella, y sí, como está en Efesios (2, 21), toda edificación bien trabada... Y si Pedro fue el primer Papa, Jesús dijo: Nadie venga al Padre a no ser por mí... No creo que sólo los Papas puedan leer la Biblia, pues ella se vende en todas partes y Dios la escribió para que creyésemos en Él.

Pues bien, éstas son mis dudas. Si Ud. me las puede aclarar, le quedaré muy agradecida.


RESPUESTA


Es interesante notar que mi interlocutora quiere una respuesta basada “en textos bíblicos, naturalmente”. Tratándose de una mujer católica, como lo afirma en su carta, se ve que ella está influenciada por la idea hoy muy difundida de que toda la Revelación hecha por Nuestro Señor Jesucristo está contenida sólo en la Biblia. Ahora bien, esto no corresponde a la realidad de los hechos. Dígase de paso, en ningún lugar de la Biblia está escrito que sólo en la Biblia está la palabra de Dios...

“Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt. 16, 18). La Iglesia verdadera está edificada sobre el Papado.

La Biblia: necesaria pero insuficiente

Más de una vez recordamos en esta columna que la orden de Jesucristo a sus discípulos fue: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a todas las criaturas” (Mc. 16, 15). La difusión de la Buena Nueva se dio, pues, primero por la predicación y sólo después los discípulos tuvieron a bien escribir las enseñanzas que habían oído de Jesucristo.

Y, al hacerlo, no tuvieron la preocupación de componer una obra absolutamente sistemática (académica, diríamos hoy). Lo hicieron inspirados por el Divino Espíritu Santo, pero movidos por la gracia al sabor de sus preferencias, resaltando los puntos  que más los habían impresionado. De ahí la variedad de estilos y contenidos de los escritos de los Apóstoles y discípulos, que se complementan los unos a los otros, presentando una visión unitaria y coherente de la doctrina del Divino Maestro, pero sin abarcar la totalidad de sus enseñanzas. El Evangelio de San Juan concluye precisamente con esta elocuente observación: la Tierra no podría contener los volúmenes que sería necesario escribir para trasmitir todas las enseñanzas y hechos de la vida de Cristo (cf. Jn. 21, 25).

De lo cual resulta que es preciso recurrir también a la predicación viva, que nunca se interrumpió en la Iglesia, y que constituye la teológicamente denominada Tradición. Biblia y Tradición forman las dos fuentes de la Revelación. Incluso muchos pasajes de la Biblia sólo pueden  ser comprendidos a cabalidad  a la luz de la Tradición.

No cabe, por lo tanto, restringir exclusivamente a la Sagrada Escritura las pruebas de las verdades de nuestra Fe. Muchas se encuentran en las citaciones bíblicas, pero otras nos llegan a través e la Tradición. Y al Magisterio de la Iglesia le incumbe guardar este precioso depósito de la Fe e interpretarlo sin error. En efecto, Jesucristo prometió después que subiese al Padre, enviar al Espíritu Santo sobre los Apóstoles, para guiar a la Iglesia en su caminata a lo largo de los siglos, de manera que su enseñanza no se deformase con el paso del tiempo. Es aquella asistencia del Espíritu Santo la que garantiza la infalibilidad del Magisterio de la Iglesia.

Dicho esto, vamos a las dudas de nuestra lectora.

Fuera de la Iglesia no hay salvación

Si la salvación nos viene por medio de Jesucristo, y sólo a través de Él, es obvio que debemos buscarlo en la Iglesia por Él fundada. Ahora bien, Nuestro Señor le dijo a Pedro: “Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt. 16, 18). La Iglesia de Jesucristo es, por lo tanto, la que está edificada sobre el Papado. Esta es la única Iglesia verdadera, fuera de la cual no hay salvación. Es el rebaño de Cristo, es el Reino de Cristo en la tierra, es el Cuerpo Místico, del cual Él es su divina Cabeza.

San Pablo delante de la Basílica de San Pedro

Como se ve, esta verdad se apoya en un texto bíblico (como en varios otros también), pero es necesario un raciocinio teológico para explicitar el contenido del texto bíblico. Éste es el papel del Magisterio eclesiástico, que se desarrolla bajo el soplo del Espíritu Santo, como antes dijimos, y resguardado por la Infalibilidad Pontificia.

Sobre el caso de las almas rectas que están fuera del cuerpo de la Iglesia, y que sin embargo se salvan, es un asunto ya tratado en esta columna (cf. Tesoros de la Fe, n° 6, junio del 2002). Como el tema es delicado y complejo, remitimos al lector a aquel artículo, en que la cuestión es analizada con todos sus matices.

“Yo estaré en medio de ellos”

Quien me escribe tiene razón al decir que no es apenas en el templo católico que se cumple la promesa de Nuestro Señor: “Donde dos o tres estuviesen reunidos en mi nombre, yo estaré en medio de ellos” (Mt. 18, 20). El templo es la casa de Dios por excelencia, tanto más cuanto en gran número de casos Jesús Eucarístico estará realmente y substancialmente presente en el Sagrario. Pero en todo otro lugar en que los fieles se reúnan para tratar de los intereses de Dios, contarán con la presencia espiritual de Jesús en medio de ellos.

Mi lectora sin embargo no parece hacer la distinción entre la Iglesia Católica en cuanto institución, y la iglesia (con minúscula), es decir, el templo (edificio) en el cual se realiza el culto divino.

Con relación a la referencia de San Pablo a “toda edificación bien trabada” (Ef. 2, 21), ella no tiene en vista al edificio sagrado, sino al edificio espiritual que cada uno debe edificar en sí mismo para transformarlo en un “templo santo en el Señor”. He aquí sus palabras: “Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo, en quien toda edificación [espiritual] bien trabada se eleva hasta formar un templo santo en el Señor, en quien también vosotros estáis siendo juntamente edificados, hasta ser morada de Dios en el Espíritu [Santo] (Ef. 2, 19-22 — Biblia de Jerusalén).

Catedral de Notre Dame, París

¡La Biblia no es sólo para el Papa!

Sin duda la lectura de la Biblia no está reservada sólo para el Papa, sino que está recomendada para todo cristiano que esté en condiciones de sacar de ella un provecho espiritual. Naturalmente, hablo aquí de una edición que tenga la expresa aprobación de la Iglesia.

No conviene sin embargo imaginar que cualquier fiel que se pone a leer la Biblia tiene sólo por ello un provecho garantizado. Si la persona no tuviese formación adecuada, y no pretende acompañar la lectura del texto bíblico con los comentarios de autores acreditados, ese acto, en sí loable, puede redundar hasta en un perjuicio para la propia fe. Pues la Biblia contiene frecuentemente pasajes misteriosos, que sólo con el auxilio de un especialista se pueden comprender.

De ahí la verdadera insensatez del pésimo consejo protestante de poner la Biblia en manos de cualquier individuo, de cualquier modo. Fácilmente éste se confunde y comienza a sacar conclusiones completamente infundadas.

Éstas son las aclaraciones que queríamos ofrecer a nuestra gentil lectora.     





  




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Nº 255 / Marzo de 2023

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