El Perú necesita de Fátima La verdadera penitencia que Nuestro Señor ahora quiere y exige, consiste, sobre todo, en el sacrificio que cada uno tiene que imponerse para cumplir con sus propios deberes.
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«Tesoros de la Fe» Nº 186

El Mensaje de Fátima  [+]  Versión Imprimible
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Capítulo 4:

El Corazón Inmaculado: el camino que conduce a Dios

Luis Sergio Solimeo

El cambio en Francisco y Jacinta fue tan extraordinario que, a pesar de sus cortas vidas, pueden ser comparados con los grandes santos penitentes.

Si la penitencia es heroica en los adultos, en los niños —que son mucho más delicados— va más allá de los límites de la mera naturaleza humana y muestra el poder de la acción sobrenatural de una manera más estupenda. Además, como eran niños inocentes, sus actos de penitencia eran fruto de un completo desinterés y una caridad intensa hacia los pobres pecadores.

Aquí es donde el dogma de la Comunión de los Santos alcanza su pleno significado: Dios acepta los sacrificios y oraciones de las almas generosas para aplacar su justicia y conceder gracias especiales a ciertos pecadores o sostener a las almas que vacilan en la virtud.

Dado que la principal fuente informativa de los hechos de Fátima es la hermana Lucía, ella naturalmente enfatiza en sus narraciones los heroicos actos de penitencia de sus primos, pero es muy discreta acerca de los suyos propios. Sin embargo, no solo se asoció a dichos actos, sino que también soportó un sufrimiento moral muy doloroso, del que sus primos se salvaron: el desprecio de parte de su familia y especialmente la incomprensión de su madre.

Hasta entonces, como la hija menor, de un temperamento alegre y una inteligencia superior a la media, había sido tratada con toda ternura por sus padres y hermanos.

La Divina Providencia permitió que la madre de Lucía, una mujer de fe viva y caridad ardiente, se convenciera de que su hija estaba mintiendo. Permaneció inflexible en esta opinión durante todo el período de las apariciones; se volvió vacilante después del milagro del sol; pero cambió completamente solo mucho más tarde, cuando las autoridades de la Iglesia reconocieron la veracidad de las apariciones.

Aunque alegre y desinhibida, Lucía era muy afectuosa y sufrió intensamente cuando su familia dejó de tratarla con cariño. Y tales sufrimientos en la infancia, dada la fase emocional propia de esa edad, suelen ser más intensos y difíciles de soportar que en la edad adulta.

La incredulidad de su madre y la consecuente hostilidad de sus hermanos, a pesar del sufrimiento que causó, terminaron por favorecer la credibilidad de las apariciones. De hecho, la familia de Lucía no solo estaba en contra de las apariciones, sino que hizo todo para disuadirla de seguir creyendo en ellas. La constancia inquebrantable de Lucía en medio de tal hostilidad era una señal de que lo que decía era auténtico.

¿Cómo se puede explicar desde el punto de vista psicológico que una niña como Lucía, conocida por ser piadosa y obediente, encontrara fuerzas no solo para desobedecer, sino para contradecir la fuerte personalidad de su madre, que era, por así decirlo, la consejera de la aldea a quien todos acudían para resolver sus problemas personales? ¿Cómo no ver aquí la intervención de una fuerza superior a la capacidad de la niña, apoyándola?

En cuanto a Jacinta y Francisco, sus padres no adoptaron una actitud hostil hacia las apariciones como los de Lucía. Además, la fama del Sr. Marto como el hombre más honesto y veraz en la ciudad, y su integridad y desprendimiento, evitaron que se levantara contra ellos la menor sospecha.

Como siempre sucede en tales casos, la noticia de que la Virgen se había aparecido a los tres pastorcitos se extendió por toda la región. En consecuencia, la mayoría de personas lo tomó a la broma, haciendo chistes y burlándose de los niños.

Cuando pasaban por los caminos llevando sus rebaños a pastar, vecinos y curiosos transeúntes hacían comentarios, reían y sacudían la cabeza. Los pobres niños eran humillados, pero soportaban todo con paciencia, recordando las palabras del Ángel: “De todo lo que podáis, ofreced a Dios un sacrificio como acto de reparación por los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores”. Los niños también estaban conscientes de la petición de la Santísima Madre: “¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quisiera enviaros, en acto de desagravio por los pecados con que es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?”. A lo que habían respondido valientemente: “Sí, queremos”.

Pero siempre hay una minoría más equilibrada de personas que no descartan una posibilidad sin tener suficientes razones para hacerlo; y, por otro lado, hay quienes sienten una atracción innata por lo maravilloso y están abiertos a las manifestaciones extraordinarias; y un gran número de otras personas son arrastradas invenciblemente por la curiosidad.

Festividad de san Antonio de Lisboa

El 13 de junio, fecha fijada para la segunda aparición de la Virgen, fue —y sigue siendo— un gran día de fiesta para los portugueses. Es la celebración del gran san Antonio (1195-1231). Debido a que nació en Lisboa y murió en Padua, Italia, los portugueses lo llaman “san Antonio de Lisboa”, mientras que los italianos, y casi todo el mundo, lo llaman “san Antonio de Padua”.

Por lo tanto, en los pueblos y ciudades durante los días previos a la fiesta, todos se preparaban para el gran día planeando una festividad litúrgica con misa solemne, procesión y fiesta popular con ferias, espectáculos y esparcimiento. En la parroquia de Fátima la fiesta era especialmente celebrada, pues el glorioso santo portugués era su patrono.

Muchas personas, incluso las familias de los tres pastorcitos, estaban seguras de que ellos, particularmente Jacinta, no se perderían la fiesta de san Antonio por una mera ilusión infantil. Por la misma razón, nadie acudiría a la Cova da Iria, y si los pastores insistiesen en ir, se encontrarían solos.

Los padres de Jacinta y Francisco, así como los de Lucía, evitaron ir al lugar de las apariciones. Fue una medida prudencial de su parte, para dejar claro que no estaban influyendo en los niños.

Contrariamente a las expectativas, no solo estaban allí los tres primos, sino también unas cincuenta personas, presagiando las grandes multitudes que habrían de venir. Dejaron de asistir a las fiestas de san Antonio con la esperanza de estar con la Reina de los santos, María Santísima.

Una de las personas presentes, María Carreira, desempeñaría un papel importante en la historia de Fátima por su esfuerzo para construir una capilla en la Cova da Iria, hecho que le valió el apelativo de “María de la Capillita”. De temperamento ardiente y decidido, esta campesina, llena de fe, no se perdería la oportunidad de ver un acontecimiento extraordinario. A su incrédulo marido, que no quería que acudiera al lugar de la anunciada aparición, le argumentó que nadie dejaría de estar al lado del camino si supiera que el rey o la reina pasarían (la monarquía había sido abolida recientemente). “Ahora bien, si dicen que la Virgen aparecerá en Cova da Iria, no seré yo quien se lo pierda”.

Solo uno de sus hijos, paralítico, aceptó su invitación. Los otros fueron a las fiestas de san Antonio.

Segunda aparición de la Virgen

Sor Lucía describirá, con su simplicidad habitual, la nueva aparición:

Día 13 de junio [de] 1917 — Después de rezar el Rosario con Jacinta y Francisco y otras personas que estaban presentes, vimos de nuevo el reflejo de la luz que se aproximaba (y que llamábamos relámpago), y en seguida a la Santísima Virgen sobre la encina, en todo igual que en mayo.

—“¿Vuestra Merced qué quiere de mí?”, pregunté.

—“Deseo que vengáis aquí el trece del mes próximo; que recéis el rosario todos los días y que aprendáis a leer. Después diré lo que quiero”.

Pedí la curación de un enfermo.

—“Si se convierte, se curará dentro de este año”.

—“Quería pedirle que nos llevara al cielo”.

—“Sí, a Jacinta y Francisco los llevaré pronto; pero tú quedarás aquí algún tiempo más. Jesús quiere servirse de ti para hacerme conocer y amar. Él quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. A quien la abrace le prometo la salvación; y serán amadas de Dios estas almas como flores puestas por mí para adornar su trono”.

—“¿Y me quedo acá sola?, pregunté con pena”.

—“No, hija. ¿Tú sufres mucho? No te desanimes. Yo nunca te dejaré. Mi Corazón Inmaculado será tu refugio y el camino que te conducirá hasta Dios.

Al decir estas últimas palabras abrió las manos y nos comunicó, por segunda vez, el reflejo de aquella luz intensa. En ella nos veíamos como sumergidos en Dios. Jacinta y Francisco parecían estar en la parte que se elevaba hacia el cielo y yo en la que se esparcía por la tierra. Delante de la palma de la mano derecha de Nuestra Señora había un corazón rodeado de espinas que parecía se le clavaban por todas partes. Comprendimos que era el Inmaculado Corazón de María, ultrajado por los pecados de los hombres y que pedía reparación.

La Virgen no nos mandó aún, esta vez, guardar secreto; pero sentíamos que Dios nos movía a eso.

Las palabras de María Santísima en la Cova da Iria fueron el gran mensaje de aquel glorioso día de san Antonio: [Jesús] quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón”. Aquel Corazón Inmaculado será el “refugio” de las almas piadosas y un sendero seguro a la salvación, el camino que conduce a Dios.

Toda la teología de la devoción a la Virgen María y a su Corazón Inmaculado se resume en ello: Es Jesús quien quiere establecer el triunfo de su Madre; es Él quien la estableció como el camino para llegar a Dios. La Voluntad divina es la expresión de la Sabiduría de Dios; es conforme a sus planes que lleguemos a Él por María Santísima.

Como dice san Luis Grignion de Montfort, Dios, que quiso la participación de María en la Encarnación, también quiso unirla a la obra de la Redención. Ella está tan ligada a su Hijo que se ha convertido en la “puerta” por la cual llegamos a Él, la Janua Coeli, Puerta del Cielo, como la invocamos en sus letanías.

En unas pocas palabras dichas a los humildes pastorcitos, la Madre de Dios resumió volúmenes enteros de teología mariana.



  




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