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«Tesoros de la Fe» Nº 167

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¿Puede un católico practicar yoga?

 Pregunta

Apreciado Monseñor: En la revista del mes de agosto último, usted escribió que el yoga y el reiki son ejercicios propios de corrientes panteístas. Mi hija asiste regularmente a misa los domingos, no obstante, practica yoga una vez por semana, para beneficiarse de las propiedades relajantes de los ejercicios, según me explicó. ¿Es posible que un católico practique yoga sin contaminarse con la doctrina religiosa subyacente?

 Respuesta

El materialismo trepidante de la vida moderna lleva, de hecho, a muchas personas a procurar un medio fácil de descargar el estrés acumulado en la vida diaria. No pocos católicos son así atraídos por cursos y sesiones de yoga, imaginando tratarse de ejercicios religiosamente neutros.

Se podía pensar superficialmente que la Iglesia no puede condenar ejercicios físicos y respiratorios, cuya finalidad declarada es ayudar a relajarse, o incluso producir un estado de “silencio interior” que favorecería el encuentro con lo divino. Pero las cosas son más complejas, como bien intuyó nuestra consultante.

Yoga, ¿ejercicios físicos o práctica religiosa?

Porque el yoga no se reduce a una serie de ejercicios físicos de relajamiento, ni es apenas una disciplina espiritual, sino una mezcla de ambas cosas. Algunas personas se quedan sólo en el aspecto físico y mental (que podría ser llamado yoga con “y” minúscula), mientras otras avanzan más adelante por la vía espiritual y abrazan el Yoga con mayúscula.

En cuanto disciplina física, las diversas escuelas de yoga sugieren decenas de ejercicios corporales, siendo la postura de loto y las posiciones invertidas (en que la cabeza queda abajo del corazón) las más populares. Tales posturas son supuestamente concebidas para alinear y fortalecer el cuerpo, haciendo que la sangre fluya hacia todos los órganos, glándulas y tejidos. En el plano mental, las técnicas de respiración (inhalando y exhalando profundamente, en momentos predefinidos del ejercicio), así como las técnicas de meditación (concentrando el espíritu en una sola idea y/o repitiendo un mantra), pretenden llevar a la persona a un estado de quietud interior y de total vaciamiento de la mente. Se trata, en suma, de ejercicios psicosomáticos que pueden conducir a estados alterados de consciencia, en una especie de auto-hipnosis.

En tanto vía espiritual, como se desprende de la palabra Yoga —que en sánscrito, lengua antigua en la India, significa “unión”— el objetivo procurado es unir el yo individual (jiva), supuestamente transitorio y temporal, con el yo eterno e infinito (Brahman), mera energía impersonal y subyacente al cosmos, que es la noción errada que el hinduismo tiene de Dios.

De los ocho grados que llevan de la ignorancia a la “iluminación” al practicante del Hatha Yoga, que es la escuela más difundida en Occidente, las posturas (asana) y los ejercicios de respiración (pranayama) constituyen el 3º y 4º paso rumbo al samadhi, que es el más alto de la escala, o sea, la unión con Brahman.

Es lo que explica Brad Scott, conocido promotor de esa escuela espiritual en los Estados Unidos: “El Yoga no es apenas un sistema sofisticado de posturas y ejercicios físicos, es una disciplina espiritual que pretende llevar el alma al samadhi, a la unión total con el ser divino. El samadhi es el estado en que lo natural y lo divino se funden, el hombre y Dios llegan a ser uno solo, sin ninguna diferencia” (¿Ejercicio o práctica religiosa? Yoga: Lo que el profesor nunca le enseñó en una clase de Hatha Yoga, in Watchman Expositor, vol. 18, nº 2, 2001).

Como es obvio, esa supuesta inmersión total en la divinidad es una quimera radicalmente contraria al Cristianismo, el cual profesa la distinción absoluta entre Creador y criatura, entre Dios y el hombre, incluso en el cielo, donde lo veremos “cara a cara”, sin perder en nada nuestra identidad. Y, sobre todo, ¡sin que Dios pierda la de Él!

¿Los ejercicios de yoga son separables de su filosofía religiosa?

Hay, no obstante, gente que piensa que los ejercicios de relajamiento son buenos en sí, o al menos neutros, y pueden ser practicados por un católico, con tal que él no acredite ni siga la filosofía que está por detrás. ¿Es eso realmente posible? ¿La filosofía religiosa del Yoga y los ejercicios físico-mentales en que ella se expresa son separables?

En teoría, sí. Pero hasta eso es relativo, porque algunas posturas son expresiones simbólicas del propio Hinduismo. En la práctica, muy difícilmente; y los primeros en decirlo son los mismos maestros del Yoga.

George Feuerstein, uno de sus principales promotores en los Estados Unidos, declaró que el Yoga no es una mera práctica, sino lo que yo llamo una secuencia continua de teoría y práctica. Las escrituras [védicas] proporcionan el contexto para la práctica del Yoga” (cf. Entrevista con Richard Miller, in www.bodhitree. com). Eso porque “el control de la energía vital (prana) a través de la respiración, como también la postura (asana), no son simples ejercicios físicos, sino que están acompañados de un fenómeno psico-mental” (George Feuerstein, Jeanine Miller, Yoga and Beyond: Esays in Indian Philosophy, New York: Sc Schocken 1972). Ese efecto psico-mental fue sintetizado por el “Periódico del Yoga”: “La práctica del yoga unifica el cuerpo, la respiración y el espíritu, los centros de energía inferior y superior y, por fin, la identidad con Dios (o entidad Superior­)” (“Yoga Journal”, editorial, mayo/junio de
1984).

Autoridades eclesiásticas alertan

Esa inseparabilidad práctica llevó a algunas autoridades eclesiásticas a alertar a los fieles sobre el altísimo riesgo que ellos corren practicando yoga. En un artículo para el periódico católico “The Record”, Mons. Julián Porteous, en la época obispo auxiliar de Sydney y hoy arzobispo de Hobart, escribió lo siguiente a respecto de los ejercicios de yoga:

“Para las personas comunes, que quieren un conjunto simple de ejercicios que las ayuden a relajarse, todo eso [la mística hinduista] puede parecer muy ajeno a lo que ellas han experimentado, y pueden inclusive no tener ninguna intención de ir hasta allá. Lo único que desean es recibir los beneficios de la práctica de las posturas. Eso parece razonable. No obstante, quien practica yoga estará expuesto a su mundo espiritual subyacente. Existe una tentación de adoptar la ‘espiritualidad’ que está por detrás del yoga, aunque inadvertidamente. Las personas pueden sorprenderse empleando la terminología hinduista. Pueden darse cuenta de estar pensando más a respecto de su identificación con el universo y menos a respecto de su relación personal con Dios en Cristo. De hecho, para el católico, la vida sacramental puede llegar a parecer banal en comparación con la satisfacción proporcionada por el yoga. Lo que puede conducir a un sutil cambio de perspectivas: de la fe católica, fundada en la relación con Cristo, pasar para una visión ‘iluminada’ y cósmica de la realidad, según los cánones del Yoga. A partir de cierto momento, la fe cristiana se disuelve y es sustituida por una nueva actitud espiritual” (Reiki, Yoga Good for the Soul?, 21 de abril de 2010).

Mons. Julián Porteous advierte: “Los promotores de esas prácticas [yoga, tai chi y reiki] declaran que ellas no son religiosas. Ellos quieren claramente tranquilizar a las personas que temen ser seducidas hacia otra religión. No obstante, todas esas prácticas tienen una fuerte base ‘teológica’”.

¿Sería posible “cristianizar” el yoga?

Una última duda podría asaltar al lector: “¿No sería posible ‘rellenar’ los ejercicios de yoga, no con el vacío mental, sino con un fuerte contenido explícitamente católico?”

La respuesta negativa fue dada por el arzobispo de Ciudad de México, hoy Cardenal Norberto Rivera Carrera, en una Instrucción Pastoral sobre el New Age, del 7 de enero de 1996. A respecto de las técnicas de meditación no-cristianas (como el zen, el tai chi y el yoga), escribió lo siguiente:

“A veces se hacen intentos de ‘cristianizar’ las formas [...] pero el resultado es siempre una forma híbrida que exhibe poco fundamento evangélico.

Por más que se insista en su valor exclusivamente como métodos, sin contenidos contrarios al cristianismo, las técnicas en sí no dejan de representar serios inconvenientes para el cristiano:

“a) En su contexto propio, las posturas y los ejercicios vienen determinados por su específico fin religioso: son, en sí, pasos que orientan al practicante hacia un absoluto impersonal. Aún cuando se realicen en ambiente cristiano, el sentido intrínseco de los gestos permanece intacto.

“b) Las formas de meditación no-cristiana son, en realidad, prácticas de concentración profunda y no de oración. A través de los ejercicios de relajamiento y la repetición de un mantra (palabra sagrada) se trata de sumirse en la profundidad del propio yo en búsqueda del absoluto anónimo. La meditación cristiana es esencialmente diferente en cuanto apertura e identificación con el Otro [Dios] que nos interpela en un diálogo personal y amoroso.

“c) Estas técnicas normalmente requieren que el practicante apague su mundo sentimental, imaginativo y racional para perderse en el silencio de la nada. A veces se procura un estado alterado de conciencia que priva temporalmente al sujeto del uso pleno de su libertad. La oración cristiana, al contrario, exige la involucración de toda la persona de manera activa, consciente y voluntaria. La oración de Jesucristo en Getsemaní (Lc 22, 39-44) es un ejemplo del papel tan fundamental que tienen las emociones y la problemática existencial propia en la oración. La meditación cristiana, lejos de ser una fuga de la realidad, nos enseña a encontrar su sentido pleno”.

En resumen, para liberarse de la agitación materialista y del estrés del mundo moderno, la verdadera solución no está en seguir prácticas altamente peligrosas para la fe, sino en volver a las devociones tradicionales, que además de elevarnos verdaderamente a Dios, son un refrigerio para el alma: el rosario en familia, la adoración eucarística, la meditación, las lecturas espirituales.

Al practicarlas, estaremos atendiendo uno de los pedidos hechos por la Santísima Virgen en Fátima, para obtener la conversión de este mundo que se alejó de Dios y de la única Iglesia verdadera.



  




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San Francisco Caracciolo, Confesor

+1608 Agnone (Italia). De noble familia napolitana, fundador de la Congregación de los Clérigos Regulares Menores. Tenía el don de profecía, siendo favorecido con éxtasis.

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Santa Clotilde, Viuda.

+545, d.C. Tours (Francia). Siendo esposa de Clovis, Rey de los Francos, sus oraciones y ejemplos lo llevaron a la conversión, la misma que fue esencial después para constituir la Francia católica, una de las grandes glorias de la Edad Media. Viuda, presenció con dolor el asesinato de sus nietos por los propios padres (hijos de la Santa) para impedirlos reinar. Se retiró entonces hacia Tours, donde se entregó a la oración y penitencia por la conversión de los mismos.

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