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El Milagro de la Santa Casa de Loreto
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El triunfo de la Virgen María



La Santísima Virgen anuncia en Fátima un desenlace glorioso y misericordioso, después de las duras pruebas de la fase punitiva. Anuncia algo mucho mayor que un desenlace glorioso: anuncia un triunfo.

Triunfar significa vencer con gloria. Por lo tanto, el triunfo de María será un triunfo universal, pacífico, aceptado sin contradicción por la humanidad en general. Será un triunfo de todas las almas, en todos los ambientes, en todas las costumbres, en todos los pueblos e instituciones.

Y triunfo —nótese bien— por medio de su Inmaculado Corazón. O sea, Ella vencerá convenciendo, vencerá persuadiendo, vencerá modificando lo más hondo de las almas, convirtiéndolas al suave yugo de Nuestro Señor Jesucristo.

Esto significa que “por fin” Ella implantará en la tierra, después de un castigo que abrirá de par en par las puertas del gran perdón para el género humano, el reinado social de Jesucristo.

Se cumplirá entonces el pedido universal de los católicos, hecho en la oración del Padre nuestro durante dos mil años de historia de la Iglesia: “venga a nosotros tu Reino”.

Nótese que esto nada tiene que ver con el milenarismo y otras herejías surgidas a lo largo de los tiempos, que imaginaban una venida física de Nuestro Señor sobre la tierra, para ejercer un reinado semejante al de un rey temporal.

El mensaje de Fátima alude a un reinado espiritual de los Corazones de Jesús y María sobre las almas, lo cual, evidentemente, tendrá sus saludables reflejos sobre el orden temporal. Reflejos éstos que normalmente deberán conducir a una restauración de la civilización cristiana, como lo enseñara el Papa San Pío X.     



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