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El Milagro de la Santa Casa de Loreto
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Via Crucis
por Plinio Corrêa de Oliveira
 
 

 

Indulgencia Plenaria*

 

“Se concede Indulgencia Plenaria al fiel cristiano que practique el piadoso ejercicio del Via Crucis. Para ganar la Indulgencia Plenaria en este caso se establece lo siguiente:
a. El Via Crucis debe practicarse ante las estaciones legítimamente erigidas.
b. Para erigir el Via Crucis se requiere catorce cruces, a las que provechosamente se acostumbra añadir otros tantos cuadros o imágenes que representan las estaciones de Jerusalén.
c. Según la costumbre más extendida, este piadoso ejercicio consta de catorce lecturas piadosas, a las que se añaden algunas oraciones vocales. No obstante, para realizar este piadoso ejercicio, se requiere únicamente la piadosa meditación de la Pasión y Muerte del Señor Jesús, sin que sea necesario una consideración sobre cada uno de los misterios de las estaciones.
d. Se requiere el paso de una estación a otra.
e. Si  el piadoso ejercicio se practica públicamente y el movimiento de todos los presentes no puede efectuarse sin evitar el desorden, basta con que quien dirige el ejercicio se traslade a cada estación, sin que los demás se muevan de su lugar.
f. Los que están impedidos pueden ganar la misma Indulgencia Plenaria, si al menos por un tiempo, por ejemplo quince minutos, se dedican a la lectura y meditación de la Pasión y Muerte del Señor Jesús.”


Condiciones
Exclusión de todo afecto hacia cualquier pecado, incluso venial. Confesión sacramental, Comunión eucarística y Oración por las intenciones del Sumo Pontífice.


* Emmo. Mons. Juan Luis CIPRIANI THORNE, El don de la indulgencia para el Tercer Milenio, Nueva Evangelización, Lima 2001.

 

 

I Estación
Jesús es condenado a muerte

 

V. Nosotros os adoramos, oh Cristo, y os bendecimos.
R. Porque por vuestra Santa Cruz redimisteis al mundo.

 

El juez que cometió el crimen profesional más monstruoso de toda la historia no fue impulsado a ello por el tumulto de ninguna pasión ardiente. No lo cegó el odio ideológico, ni la ambición de nuevas riquezas, ni el deseo de complacer a ninguna Salomé. Lo movió a condenar al Justo el recelo de perder el cargo pareciendo poco celoso de las prerrogativas del César; el miedo de crear para sí complicaciones políticas, desagradando al populacho judío; el miedo instintivo de decir “no”, de hacer lo contrario de lo que se pide, de enfrentar el ambiente con actitudes y opiniones diferentes de las que en él imperan.

Vos, Señor, lo mirasteis por largo tiempo con aquella mirada que en un segundo obró la salvación de Pedro. Era una mirada en la que trasparecía vuestra suprema perfección moral, vuestra infinita inocencia, y sin embargo él os condenó.

¡Oh, Señor, cuántas veces imité a Pilatos! Cuántas veces por amor a mi carrera dejé que en mi presencia la ortodoxia fuese perseguida, y me callé. ¡Cuántas veces presencié de brazos cruzados la lucha y el martirio de los que defienden vuestra Iglesia! Y no tuve el coraje de darles siquiera una palabra de apoyo, por la abominable pereza de enfrentar a los que me rodean, de decir “no” a los que forman mi ambiente, por el miedo de ser “diferente de los demás”. Como si me hubieseis creado, Señor, no para imitaros sino para imitar servilmente a mis compañeros.

En aquel instante doloroso de la condenación, Vos sufristeis por todos los cobardes, por todos los indolentes, por todos los tibios… por mí, Señor.

Jesús mío, perdón y misericordia. Por la fortaleza de que me disteis ejemplo encarando la impopularidad y enfrentando la sentencia del magistrado romano, curad en mi alma la llaga de la molicie.

 

V. Tened piedad de nosotros, Señor
R. Señor, tened piedad de nosotros.
V. Que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz.
R. Amén.

 

II Estación
Jesús lleva la Cruz a cuestas

 

V. Nosotros os adoramos, oh Cristo, y os bendecimos.
R. Porque por vuestra Santa Cruz redimisteis al mundo.

 

Se inicia así, mi adorado Señor, vuestra marcha hacia el lugar de la inmolación. No quiso el Padre Celestial que fueseis muerto de un golpe fulminante. Vos habríais de enseñarnos en vuestra Pasión, no sólo a morir, sino a enfrentar la muerte. Enfrentarla con serenidad, sin vacilación ni flaqueza, caminando hacia ella con el paso resuelto del guerrero que avanza hacia el combate; he ahí la admirable lección que me dais.

Frente al dolor, Dios mío, cuánta es mi cobardía. Ora contemporizo antes de tomar mi cruz; ora retrocedo, traicionando el deber; ora por fin, yo lo acepto, mas con tanto tedio, tanta molicie, que parezco odiar el fardo que vuestra voluntad me pone sobre los hombros.

En otras ocasiones, cuántas veces cierro los ojos para no ver el dolor. Me ciego voluntariamente con un optimismo estúpido, porque no tengo el coraje de enfrentar la prueba, y por eso me miento a mí mismo: “no es verdad que la renuncia a aquel placer se me impone para que no caiga en pecado; no es verdad que debo vencer aquel hábito que favorece mis más entrañadas pasiones; no es verdad que debo abandonar aquel ambiente, aquella amistad, que minan y arruinan toda mi vida espiritual; no, nada de esto es verdad…”, cierro los ojos, y arrojo a un lado mi cruz.

¡Jesús mío, perdonadme tanta pereza, y por la llaga que la Cruz abrió en vuestros hombros, curad, Padre de las Misericordias, la llaga horrible que en mi alma abrí con años enteros vividos en el relajamiento interior y en la condescendencia conmigo mismo!

 

Padre Nuestro, Ave María, Gloria.
V. Tened piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, tened piedad de nosotros.
V. Que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz.
R. Amén.

 

III Estación
Jesús cae por primera vez

 

V. Nosotros os adoramos, oh Cristo, y os bendecimos.
R. Porque por vuestra Santa Cruz redimisteis al mundo.

 

¿Cómo, entonces, Señor? ¿No os era lícito abandonar vuestra Cruz? Pues si la cargasteis hasta que todas vuestras fuerzas se agotaron, hasta que el peso insoportable del madero os lanzara por tierra, ¿no estaba por demás probado que os era imposible proseguir? Estaba cumplido vuestro deber. Que los ángeles del Cielo llevasen ahora por Vos la Cruz. Vos habíais sufrido en toda la medida de lo posible. ¿Qué más habríais de dar?

Sin embargo, actuasteis de otro modo, y disteis a mi cobardía una alta lección. Agotadas vuestras fuerzas, no renunciasteis al fardo, sino que pedisteis más fuerzas aún, para cargar nuevamente la Cruz. Y las obtuvisteis.

Es difícil hoy la vida del cristiano. Obligado a luchar sin tregua contra sí mismo para mantenerse en la línea de los Mandamientos, parece una excepción extravagante en un mundo que ostenta en la lujuria y en la opulencia la alegría de vivir. Pesa en nuestros hombros la cruz de la fidelidad a vuestra Ley, Señor. Y a veces el aliento parece faltarnos.

En estos instantes de prueba, sofismamos: “Ya hicimos cuanto en nosotros estaba. Al final, son tan limitadas las fuerzas del hombre. Dios tendrá esto en cuenta… Dejemos caer la cruz a la vera del camino y hundámonos suavemente en la vida del placer”. ¡Ah, cuántas cruces abandonadas a la vera de nuestros caminos, quizás a la vera de mis caminos!

Dadme, Jesús, la gracia de quedar abrazado a mi cruz, aun cuando yo desfallezca bajo el peso de ella. Dadme la gracia de reerguirme siempre que hubiere desfallecido. Dadme, Señor, la gracia suprema de nunca salir del camino por donde debo llegar a lo alto de mi propio calvario.

 

Padre Nuestro, Ave María, Gloria.
V. Tened piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, tened piedad de nosotros.
V. Que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz.
R. Amén.

 

 

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