Santoral
San Alberto Magno, Obispo y Doctor de la Iglesia
Poco dotado para el estudio, pero gran devoto de María, recibió de Ella la ciencia, que le valió de sus contemporáneos el título de Doctor universal. Fue profesor de Santo Tomás de Aquino.
Fecha Santoral Noviembre 15 Nombre Alberto
Lugar Colonia - Alemania
Vidas de Santos San Alberto Magno

Maestro de Santo Tomás de Aquino


Santo dominico, llamado Doctor universal, gran sabio, teólogo y filósofo, predicador de una cruzada, fue eximio profesor en La Sorbona de París, el más famoso centro universitario de la época


Plinio María Solimeo


San Alberto ejerciendo el magisterio. Él separó con precisión los campos de la filosofía y de la teología.


Cuando el Papa Pío XI, el día 16 de diciembre de 1931, proclamó a San Alberto Magno Santo y Doctor de la Iglesia, declaró: “El momento presente parece ser el tiempo en que la glorificación de Alberto Magno es más adecuada para conquistar almas a la sumisión del dulce yugo de Cristo. Alberto es exactamente el Santo cuyo ejemplo debería inspirar esta edad moderna, que tan ardientemente procura la paz y está tan llena de esperanza en sus descubrimientos científicos”.1 Veremos por qué.

San Alberto Magno nació el año de 1193 en Lauingen, ciudad de la Suabia bávara, hijo de un conde de la Casa de Bollstaedt, de las familias más ilustres del país.

Desde joven fue tomado por la sed de saber, de modo que ni pensó en seguir la carrera de las armas, en la cual sus ancestros se habían destacado gloriosamente. Es noble y rico, pero desea ser sabio. Por eso es que, después de los primeros estudios en su tierra natal, lo vemos en la universidad de Padua, que entonces era para las ciencias lo que la de París era para la filosofía y teología. Con aplicación y entusiasmo, siguió bajo la dirección de sabios maestros cursos de gramática, dialéctica, retórica, música, geometría, aritmética y astronomía. Observador atento, buscaba una explicación para todo lo que veía. Tenía “el ojo incesantemente abierto sobre el gran libro del mundo exterior, y se aplicaba en leer sus páginas maravillosas. Hacía numerosas excursiones con sus amigos a las villas y provincias vecinas, observando con mirada penetrante todos los fenómenos y procurando explicarlos”.2

Sin embargo, nada de ello perjudicaba su profunda piedad y el interés que tenía por las verdades eternas.

Definición de su vocación religiosa

Cuando llegó el momento de decidir sobre su vocación, Alberto pensó estudiar Derecho, que le abriría grandes posibilidades en el mundo, o la carrera eclesiástica, que no le ofrecía menores ventajas de éxito. Pero consideraba también la vida religiosa, en la pobreza y en la humildad. No optó inmediatamente por tal vida porque supuso que le impediría proseguir sus estudios y profundizar en las ciencias.

Cierto día en que, perturbado por esos pensamientos, rezaba ante una imagen de Nuestra Señora en la iglesia de los dominicos, le pareció oír estas palabras: “¡Alberto, hijo mío! Deja el mundo y entra en la Orden de los Predicadores, de la cual yo obtuve de mi Hijo su fundación para la salvación del mundo. Tú te aplicarás resueltamente a las ciencias, según las prescripciones de la Regla, y Dios te acumulará de una tal sabiduría, que toda la Iglesia por entero será iluminada con los libros de tu erudición”.3

Entre tanto la oposición familiar a aquel proyecto detuvo aún a Alberto en el mundo. Pero la providencia velaba por él. Cierto día apareció para predicar en la iglesia de los dominicos su General, el beato Jordán de Sajonia. Y lo hizo con el carisma propio de atraer a las almas que le era peculiar, de tal modo que Alberto, apenas terminada la prédica, fue a lanzarse a sus pies suplicándole que lo recibiese como hijo en la Orden.

La mirada penetrante del Beato percibió al punto el tesoro que allí se escondía, y lo recibió con los brazos abiertos. Alberto tenía 30 años de edad.

Profesor del Doctor Angélico

Fue enviado a Boloña, donde estaban situados el segundo convento de la Orden, el de San Nicolás, y la universidad, que estaba considerada el segundo centro del mundo científico de entonces. Allí estudió filosofía y teología con tanto éxito, que fue enviado a Colonia para enseñar esas materias, con el aplauso de toda la ciudad.

Actual fachada del edificio de la Universidad de La Sorbona, en París, donde San Alberto Magno enseñó

“Lo que más se admiraba en él es que unía a esa profunda erudición, que atraía a todo el mundo a su escuela, una simplicidad, una modestia y una humildad prodigiosa”.4

Habiendo fallecido el beato Jordán de Sajonia en 1237, fray Alberto ocupó su lugar hasta la elección de un sucesor, lo que se dio al día siguiente de Pentecostés del año 1238, cuando fue electo San Raymundo de Peñafort.

San Alberto fue enviado después a enseñar sucesivamente en varias casas de su Orden, especialmente en las ciudades de Hildesheim, Friburgo, Ratisbona y Estrasburgo. Volviendo a Colonia, tuvo por discípulo al futuro Doctor Angélico, Santo Tomás de Aquino, entonces un joven recién salido de la adolescencia, tímido y reservado, lo que le valió de parte de sus colegas el apelativo de buey mudo. Pero el maestro, habiendo descubierto la sutileza de su espíritu, la profundidad de su pensamiento y su grande y fiel memoria, afirmó que un día ese buey mudo mugiría tan alto, que sería oído en toda la tierra.

Fulgor del Doctor Universal

En 1245, el Maestro General de la Orden envió a Alberto a París, donde estaba ubicado el Colegio Santiago, el más importante de los dominicos, incorporado a la Universidad de París, el más afamado centro de estudios de la Edad Media. Sus clases tuvieron un éxito estrepitoso, y en poco tiempo el aula era insuficiente para contener a la multitud que iba a oírlo. La plaza en París, donde entonces enseñaba, conserva su nombre hasta hoy aunque de modo desvirtuado: Place Maubert, de Maître Albert.5

El fulgor de aquella luz fue tal, que de él se decía en la Edad Media: “Mundo luxisti, quia totum scibile scisti” (iluminaste al mundo, porque supiste todo lo que se puede saber); y “donde quiera que asiente su cátedra, parece monopolizar a todos los amantes de la verdad”.6 Fue llamado por sus contemporáneos Doctor Universal, por la amplitud de sus conocimientos.

“No contento con establecer las leyes de la investigación, Alberto se esforzó por recoger todos los frutos de la experiencia antigua, atesorados en Aristóteles, Avicena y Nicolás de Damasco, madurándolos y aumentándolos con su propia experiencia”.7

En el capítulo provincial de la Orden, realizado el año 1254 en Worms, Fray Alberto fue electo provincial de la provincia alemana de los dominicos, que abarcaba también a Holanda, Flandes y Austria. Viajando siempre a pie y mendigando alimento y posada, visitó todos los conventos bajo su jurisdicción. Dos años más tarde, llamado por el Papa Alejandro IV, fue a Agnani, en Italia, donde refutó a Guillermo de Santo Amor, profesor de la Universidad de París, que predicaba contra las órdenes mendicantes.

En Colonia fundó el Convento del Paraíso, para las hijas de la nobleza. Mientras tanto, rezaba, estudiaba y enseñaba.

Obispo de Ratisbona y predicador de una cruzada

Sin embargo, por más que amase sus libros y la ciencia, tuvo que inclinarse por obediencia a aceptar el obispado de Ratisbona. Con la misma seriedad con que se dedicaba a los estudios, ejerció su dignidad episcopal, dedicándose por entero a los deberes de su cargo, visitando su diócesis, predicando, reformando, santificando.

Santo Tomás de Aquino: discípulo que es gloria del maestro

Pero eso fue sólo un paréntesis de dos años en su larga vida, pues a fuerza de insistir, obtuvo del Papa la dispensa del cargo y volvió a sus libros, sus aulas y las ciencias. Si el Papa le concedió esa dispensa, le dio sin embargo otra tarea bastante difícil: predicar la Cruzada en Alemania. Con el mismo celo, el Magno Alberto se dedicó a tal empresa y obtuvo gran éxito, llevando a un considerable número de señores a recibir en el pecho la Cruz y a partir hacia Palestina.

“En los diez años que siguieron, emprendió frecuentes viajes de Brenner a Amberes, de Colonia a Lyon, y, condescendiendo al deseo de los obispos o de sus hermanos, predicaba, consagraba altares e iglesias, confería órdenes sagradas y sembraba a su paso bendiciones, indulgencias y el suave perfume de sus virtudes”.8

Defensa del discípulo amado

Estaba ya San Alberto avanzado en años cuando supo que, en París, algunos profesores seglares de la Universidad convencieron al rector a condenar algunas proposiciones de Tomás de Aquino, que se encontraba ausente. Sabiendo de ello su antiguo maestro, a pesar de los achaques de la edad y de la distancia, corrió de Colonia a París, a fin de defender a su discípulo predilecto. Y lo hizo con éxito.

San Alberto Magno puede ser considerado el primero que separó con precisión los campos de la filosofía y de la teología. La modernidad de San Alberto está “en su amor a la verdad, por sus ardientes aspiraciones de toda el alma, por su intuición profunda de la interdependencia de todos los órdenes del conocimiento, por su doctrina de la armonía preestablecida entre los descubrimientos de la razón y la fe, entre la ciencia y la revelación, entre la voluntad y la gracia, entre la Iglesia y el Estado. [...] Su mérito principal está en haber visto, antes que nadie, el enorme valor que la filosofía de Aristóteles podía tener en el dogma cristiano. Al apoderarse de él para levantar sobre sus principios fundamentales una construcción teológica, originaba una verdadera revolución en las escuelas de su tiempo. Santo Tomás perfeccionará su idea, pero él es el iniciador; él reúne los materiales y planea la construcción, que levantará el genio sintetizador del discípulo. Sin la formidable y fecunda labor de Alberto Magno, apenas podemos concebir la Suma Teológica”.9

Cierto día, el más que octogenario Maestro Alberto estaba dando una de sus luminosas clases, cuando de repente su mente quedó en blanco. Él sabía que era la señal concedida por Nuestra Señora, de que toda su ciencia le fuera dada por Dios para el servicio del prójimo, y le sería quitada; y que sus días estaban contados.

En una especie de semi-lucidez, vivió los últimos tres años de su vida, viniendo a fallecer en Colonia el 15 de noviembre de 1280. Seis años antes, su discípulo amado, había recibido el premio demasiadamente grande que Dios destina a aquellos que fielmente lo sirven.     


Notas.-

1. Sister Mary Albert Hughes  O.P., Albert the Great, Spirituality Today, Autumn 1987, vol. 39 supplement, online edition.
2. Les Petits Bollandistes, Vies des Saints, d’après le Père Giry, Bloud et Barral, Libraires-Éditeurs, París, 1882, vol. XIII, p. 419.
3. Id., p. 420.
4. Id., p. 421.
5. Id., p. 422.
6. Fray Justo Pérez de Urbel  O.S.B., Año Cristiano, Ediciones Fax, Madrid, 1945, t. IV, p. 349.
7. Id. ib.
8. Edelvives, El Santo de Cada Día, Editorial Luis Vives, Zaragoza, 1949, t. VI, p. 157.
9. F. Pérez de Urbel, op. cit., p. 351.



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